Odio

Ramón Burgos

Domingo, 10 de agosto 2025, 21:22

Mantiene Óscar Pérez de la Fuente, profesor de Filosofía del Derecho y Filosofía Política, que «El odio (como objeto) es una emoción humana que consiste ... en desear causar mal, como mal, a una persona, o un género de personas o animales». Pues bien, todo apunta a que, en estos tiempos convulsos, estamos –están– maximizando la definición antedicha para llevarla a sus extremos más dañinos, aunque, personalmente, nunca quise pensar que una sociedad civilizada –como la que presumimos tener– llegase a lograr en esta cuestión «picos» tan importantes y de una manera tan continúa... La tendencia a maximizar el rencor (sinónimo), a veces alimentada por conflictos, desigualdades o incluso por la polarización social, puede hacer que nos anclemos en niveles muy peligrosos... Así, la pregunta que surge es: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a aceptar que la inquina (sinónimo) se convierta en una constante vital? Es importante entender que, aunque la animadversión (sinónimo) puede ser una emoción humana natural, su manifestación descontrolada puede tener consecuencias devastadoras para la convivencia y la paz social. Por eso, debemos ser conscientes cómo gestionamos nuestras emociones y cómo respondemos ante las diferencias y conflictos. ¿Estará la clave en promover una cultura de respeto, empatía y diálogo, para evitar que la abominación (sinónimo) alcance niveles inadmisibles?La respuesta parece ser sí. La educación en valores, la empatía y la capacidad de escuchar al otro son herramientas fundamentales para contrarrestar la propagación de la tirria (sinónimo). En definitiva, aunque el desprecio (sinónimo) sea una emoción humana, su control y su canalización hacia la comprensión y la convivencia pacífica son los verdaderos desafíos de nuestras sociedades modernas. Solo así podremos aspirar a reducir la ojeriza (sinónimo) que amenaza con deshacer los avances en justicia y fraternidad que tanto decimos –dicen– valorar. ¿Pongo –os pongo– algunos sinónimos más?: aversión, aborrecimiento, antipatía, fobia, rabia... O, mejor aún, recuerdo –os recuerdo–, como ejemplo, a algunos de nuestros clásicos: Aristóteles («Ética a Nicómaco»; Séneca («Cartas a Lucillio»); Platón («La República»); Cicerón («De Officiis» y «Tusculanae Disputationes»); Hesiódo («Los trabajos y los días»); Buda –Siddhartha Gautama– («Dhammapada»)... ¡Buena lectura para esta canícula!

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