No hay nada mejor que asistir a uno de los muchos –¿demasiados?– actos públicos, que desde todos los órdenes de la sociedad se convocan en ... estas fechas, para ponerse al día de cotilleos y realidades ciudadanas... Sobre todo si, tras tragarse los largos discursos y vídeos repetitivos de lo ante escuchado o lo por escuchar, tienes la oportunidad de dialogar con unos y con otros –si es que te dejan acercarte–.
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En una de estas ceremonias, mi sorpresa ha llegado hasta límites insospechados cuando en uno de los círculos, al que discretamente pude asomarme, se ponía en duda el apoyo a sus propios congéneres de partido por un quítame allá esas pajas o, mejor aún, por haber tomado decisiones contrarias a sus inclinaciones particulares –aunque estas últimas estuviesen ancladas en un cierto interés grupal–.
Pero, aunque os cueste creerlo, lo relatado no es caso único. Se reproduce con bastante frecuencia... Y yo creo que, como pasa con la salida del sol, vamos a tener para rato –«Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más» –Don Quijote de la Mancha, Segunda parte, Capítulo XXIX–.
Entiendo –y os exhorto a que os manifestéis al respecto– que, sin duda, hemos entrado en una dinámica propia de 'virtuosos del chalaneo': «para que yo secunde tu iniciativa –por muy beneficiosa que sea para la mayoría–, he de recibir el visto bueno –y el correspondiente estipendio– para la mía».
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Quizá –y sin quizá– estos 'artistas del trapicheo', deberían entender que este tipo de comportamientos, lamentablemente, minan la credibilidad de quienes tienen como misión primigenia ser ejemplo de integridad y compromiso con la comunidad.
Es vital que aquellos que ocupan cargos públicos, o representan a un grupo social, actúen con transparencia y honestidad, demostrando que su prioridad es el bienestar común y no los favores o las recompensas inmediatas.
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