Todo por el pueblo
Puerta Real ·
La soberanía reside en el pueblo. Bien está, sólo faltaba, pero esto no obsta para que el concepto de pueblo resulte vaporoso y se convierta en peligroso si cae en manos de desaprensivosCaracteriza a los regímenes socialistas (y a los movimientos que los buscan) la constante apelación al pueblo como madre de la legitimidad. «El pueblo mismo», ... en palabras de Hugo Chávez, tomaba las decisiones del bolivarianismo (que este se inventase un pueblo fantasioso no importa al respecto). Ese 'pueblo' justifica la dictadura: en nombre del pueblo se han cometido todo tipo de barbaridades.
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El concepto de pueblo, sobreempleado, adquiere caracteres místicos y se convierte en una fuerza mitológica. Los 'pueblos oprimidos' frente al imperialismo, los grupos populares contra capitalismo: La deriva populista hace que la vida política se convierta en una lucha entre dos fuerzas, de carácter moral.
La fascinación por este concepto simplón del pueblo procede del gusto por el maniqueísmo y de la incapacidad de analizar la realidad en términos que no sean bipolares. Nosotros, ellos; el pueblo contra el imperialismo; los grupos populares frente al Ibex-35.
La idealización del pueblo simplificado se presenta como un sistema ideológico completo, con un universo binario, dividido en amigos y enemigos. Da una apariencia de explicación coherente a un mundo cada vez más complejo.
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Este procedimiento, con su agresividad político-social, borra la idea de clases sociales y difumina la ideología izquierdista. El dictamen marxista «la historia es la historia de la lucha de clases» pasa a mejor vida. Sólo cuenta lo que pueda presentarse como pueblo.
La simplificación retórica tiene pedigrí. No es flor de un día ni mero producto del país.
La revolución cubana fue realizada por un grupo minoritario, pero en el discurso oficial se debió a que «un día el pueblo se levantó contra la tiranía». «El pueblo se unió», «el pueblo venció»… Así que la guerrilla castrista se vio como representación de todo un pueblo. De pronto, la revolución de unos pocos se convirtió (retóricamente) en un movimiento de masas, justificado para hacer la revolución en nombre del pueblo.
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La apelación al pueblo –a la gente– como madre de todos los progresismos no tiene sólo la función de legitimar la opción de un grupo que, como en Venezuela, se dice portavoz de «el pueblo mismo». También sirve para asegurar que un régimen dictatorial tiene carácter democrático, como «dictadura de la inmensa mayoría del pueblo».
En esto lo mismo dan los populismos de izquierdas y derechas. El nazismo, que radicalizó estos conceptos, se veía como la representación del pueblo alemán. Algunas memorias de la época explican que las constantes movilizaciones y los apoyos multitudinarios proyectaban la imagen de una participación individual en la política mayor que la que consigue la democracia. Gestaban la ficción de una empresa colectiva en la que todos tienen cabida: siempre que repudien planteamientos diferentes y asuman los que les dicen.
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Si se habla en nombre de la voluntad popular, 'los otros' quedan deslegitimados como opción.
La soberanía reside en el pueblo. Bien está, sólo faltaba, pero esto no obsta para que el concepto de pueblo resulte vaporoso y se convierta en peligroso si cae en manos de desaprensivos.
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