Promesas
Mientras hay quienes se muestran convencidos de que este nuevo gobierno talibán va a terminar con la corrupción y la pobreza, una mayoría, aterrorizada y asustada, se esconde tras puertas y persianas
El nuevo Gobierno de Afganistán respetará los derechos humanos, incluidos los derechos de las mujeres y niñas, la libertad de los medios de comunicación y ... las garantías para quienes se hayan desempeñado como funcionarios públicos», así lo aseguraba el portavoz talibán, Zabihullah Mujahid, el pasado 17 de agosto durante una conferencia de prensa en Kabul. Me pregunto si entre quienes estaban presentes alguien llegó a creérselo. Yo no, desde el momento en el que este portavoz necesitó incluir a mujeres y niñas en el colectivo de humanos como si de antemano no lo estuvieran, la más mínima muestra de voluntad de creer con la que le escuchaba atenta desapareció para dar paso a una sensación de impotencia que ha ido creciendo con el paso de los días.
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¿A quién prometen? A una comunidad internacional a la que, en pocos días, van a impedir, de todos los modos posibles, la actuación en favor de una población dividida. Mientras hay quienes se muestran convencidos de que este nuevo gobierno talibán va a terminar con la corrupción y la pobreza, una mayoría, aterrorizada y asustada, se esconde tras puertas y persianas o se juega la vida tratando de acceder al ansiado aeropuerto con un pasaporte alemán, estadounidense, británico, italiano o español, cualquier nacionalidad que les permita alejarse del horror que creían irrepetible.
Derechos humanos que en Afganistán no les libran de sufrir acoso o persecuciones, de tener que sortear controles móviles y armados para escapar al aeropuerto, de enfrentarse a la desaparición de familiares y vecinos después de que una patrulla limpie su casa de material editado en inglés o 'abiertamente' contrario al nuevo régimen. Falaces promesas con fecha de caducidad, el 31 de agosto.
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