La felicidad en estado puro me alcanzó el otro día caminando por la calle. Iba yo andando a paso ligero (quizás no tanto como Rajoy) ... con el propósito de hacer un poco de ejercicio. Llevaba puestos los auriculares del móvil. Recibí una llamada, la contesté. Y justo después de colgar, como por arte de magia, una alegre copla cantada a todo volumen por Carlos Cano se apoderó de mi cerebro llenándolo de endorfinas, serotonina, dopamina, y tal vez hasta oxitocina... «Coplas de la violeta, arena y saaaal. Coplas de mi recuerdo, cuchillo y rosaaaal...», entonaba él con garbo contagioso. Y mis pies comenzaron a seguir el ritmo a paso ligero (ahora sí, más que Rajoy) con un entusiasmo cercano a la euforia.
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Entonces fue cuando ocurrió. Descubrí el discreto encanto de la mascarilla. Empecé a sonreír de oreja a oreja, a seguir la letra haciendo más muecas que una folclórica. Bajo ese trozo de tela rematado con dos gomas prendidas de las orejas yo era una loca que reía y gesticulaba por la calle haciendo 'playback'.
De cara a la galería, sin embargo, no pasaba de ser una mujer de mediana edad en chándal caminando a paso rápido para mantener a raya el colesterol. Me divirtió tanto mi repentina doble vida que empecé a dejarme arrastrar por la algarabía contagiosa de la copla hasta que la mirada algo perpleja de otro caminante me hizo pensar si no estaba llevando mi júbilo demasiado lejos. Que una cosa es canturrear y otra, bailotear. Así que regresé al 'playback' estrictamente facial justo a tiempo de convertirme en María Dolores Pradera entonando 'Caminemos'. Y entonces volvió a ocurrir. Comprendí que, a pesar de este año horrible, la vida volverá a estar llena de ratitos deliciosos. Y que si la dicha no llega, siempre podemos imitarla bajo la mascarilla... ¡Feliz 'playback'!
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