'Pianissimo' en el Palacio Imperial de Granada
Todo sonido violento cierra herméticamente las puertas a la suavidad y ha de transcurrir cierto tiempo para que retorne la confianza y se abran las puertas al 'pianissimo' y el silencio
El equilibrio de nuestras vidas requiere dinámicas e intensidad adecuadas. No es fácil mantener el sonido del valor de una redonda 'a tempo lento' y ... en 'pianissimo', aliada de un silencio que consiga que se escuche el bombeo de nuestra sangre. Es lo que ocurrió con 'El pájaro de fuego' interpretado por la OCG bajo la batuta de Josep Pons. Para mí fue la síntesis perfecta del concierto, una caricia en el corazón, el umbral de un silencio gestado en la 'entrañable' cuerda; como el sonido del minúsculo crótalo que nos impresionó. Sin embargo aún no hemos podido evitar el aborto de un mundo de sonidos 'nascituri' gracias al silencio expectante en demasiadas ocasiones sofocado por impacientes aplausos; un silencio de respeto cuando concluye la interpretación de la obra con el fin de oír la 'voz' no escrita por el compositor. El silencio tiene su propia voz, 'potente e intensa'.
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La verdadera afinación de una orquesta se percibe en el 'pianissimo', en el poderoso sonido completamente desnudo sin ni siquiera un 'vaivén' con intención de 'oscillato'. Todo sonido violento cierra herméticamente las puertas a la suavidad y ha de transcurrir cierto tiempo al objeto de que retorne la confianza y se abran las puertas al 'pianissimo' y el silencio. Para lo que son precisos 'aspiradores' que extraigan del oído lo que impida la entrada de la 'música' más conmovedoramente íntima. Si el sonido 'radical' y levitante es piadoso a pesar de los desaires que le hacemos, más piadoso es el silencio humillado por nuestra falta de consideración. A mayor sufrimiento en la creación musical, mayor calidad e intensidad en la obra, y más fortalecimiento de la musculatura interior.
El compositor se salva y se acrisola en el purgatorio del fuego del deseo de conseguir el oro pretendido. Él anhela y busca su propio urbanismo sonoro, el edificio que le proporcione gloria futura. Pero sólo domina el tesón de buscar; el logro es otra cuestión. Esto nos recuerda el mito de Tántalo: alejamiento cuando nos acercamos, acercamiento cuando nos alejamos. Además, cada lugar posee su sonoridad y su silencio con los que hay que contar a la hora de dar vida a los sueños sonoros plasmados en partituras imposibles que incluyen un silencio que no se 'compone' ya que no se deja 'componer'. Cage lo sabía. Asimismo el silencio absoluto nadie lo ha escuchado de verdad en su plenitud, ni lo escuchará: es reto inalcanzable, como la perfección. Sólo 'ES', y porque 'es' está como un 'dios' imaginado en función de nuestro oído interior. Y si fuésemos abrazados por él, entonces sería demasiado tarde pues los sentidos ya nos habrían abandonado.
Me entusiasma la idea de cultura de Ortega: «Lo que conservamos una vez olvidada la lectura». No obstante grandes lectores se han quedado en el zaguán de su casa, distraídos con los desfiles de la calle, en tanto que gente humilde ha llegado al corazón de dicha cultura 'leyendo' páginas denostadas por otros. Son discretos intelectuales que pasan desapercibidos. Cabría preguntarse si la música y el arte son «educadores de conciencia y sensibilidad». Depende. El arte por sí, no. Antes hemos de alejarnos de sonidos enmascarados, de la «atrofia de emociones», de sentimentalismos que desvirtúan íntimas vibraciones propiciando enervaciones, y despojarnos de adherencias para someternos al vacío de la campana neumática, a un aislamiento que impide confundir sensibilidad con sensiblería. Y es que «pensar es una experiencia que no deja las cosas como estaban» (Josep Maria Esquirol).
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Quienes hemos subido y bajado la cuesta del Pilar de Carlos V en las noches de Festival sabemos qué sensaciones quedan prendidas en el pequeño-gran bosque de la Alhambra y qué ecos de música sin corsé, libre, de goce contenido e inexplicable como inesperado relámpago, que en un segundo es y no es, nos han sobrecogido. Es que hay algo más allá de la especialización, de la estrategia auxiliada de poses y gestos. Se trata del alma de la música cuyos hijos predilectos, hermanos gemelos, son el silencio y el 'pianissimo': poderosas fuerzas que no conocen banalidades. Por consiguiente hemos de rechazar que el silencio sea «no-ser», aunque obedezca a un misterioso salto 'óntico' que llegue a una aparente 'nada', siendo un SER de enorme potencia. Es lo que sucede cuando concluye la interpretación de una obra: que ésta se contrae en el silencio final y parece que retornara al inicio de su peculiar 'Big Bang'.
Gritan, gritamos mientras el 'pianissimo' de la partitura social es ahogado. 'Partitura' con demasiadas dinámicas enfrentadas por errores, desconocimiento o mala fe cuyas secuelas se agravan cuando afectan a la parte más débil de la 'orquesta': la cuerda humillada por el 'viento' y la 'percusión'. Una gran obra musical es soberbia lección de democracia en la que se administran el silencio y la gama de volúmenes, gobernada por una sabia armonía. En consecuencia, la democracia se asemeja a una orquesta espléndidamente afinada, integrada por exigentes intérpretes de partituras ejemplares aspirantes a obras maestras. En el 'pianissimo' grita sin gritar la verdad. Porque nuestra soñada vida se mueve entre el 'pianissimo' y el silencio imposible. De nuevo el Festival de Granada nos ha recordado que estamos personal y socialmente 'desafinados'. Y bastante.
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