Personas viajeras

Puerta Real ·

Conocías a una persona viajera y, aunque no lo fueses ni tuvieses vocación, sentías cierta envidia y mucha admiración

Manuel Montero

Viernes, 19 de noviembre 2021, 00:34

Antes –y ahora, en su comprensión literal– se entendía que las «personas viajeras» eran gentes avezadas en recorrer grandes distancias, deseosas siempre de conocer otras ... culturas. Ni siquiera encajaban en la idea del desplazamiento vacacional, un par de semanas en algún pueblo de alguna costa remota o de turista por París, Londres o Pekín. Era algo más. A la persona viajera se le atribuía el gusto por marchar a otras sociedades, a otros mundos. No era el turista ocasional, mucho menos quien toma el autobús o el tren para que le lleve al trabajo.

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Conocías a una persona viajera y, aunque no lo fueses ni tuvieses vocación, sentías cierta envidia y mucha admiración, cuando te hablaba de sus impresiones sobre Sanghái, de cuándo volvería a Narirobi, de la estepa rusa. ¿No has ido nunca a Sarajevo? Él estuvo allí tras los bombardeos. Y conocía Pernambuco, Reikiavik o Melbourne.

El concepto tradicional de persona viajera ha quedado liquidado. Llegas a la estación y un cartel te informa: «Las personas viajeras deben usar mascarilla». Las personas viajeras ya no son lo que eran.

El aviso quiere decir que los viajeros que cojan el autobús tienen que llevar mascarilla. Cualquier usuario de tren, autobús o metro se convierte en «persona viajera».

Se debe al lenguaje inclusivo. No está claro qué corrige, pero nos inunda de retóricas que cambian el sentido de las expresiones.

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Cambia el concepto y con él las percepciones. El lenguaje conforma el pensamiento, por lo que este se transforma. En este caso empequeñeciendo nuestras imágenes vitales. Ahora te encuentras con gente que se desplaza a diario veinte kilómetros –para llegar al trabajo, a clase, a la playa– y se considera una persona viajera, muy viajera incluso. El afán por conocer otros mundos queda sustituido por el traqueteo diario.

El mundo de los grandes desplazamientos se ha trivializado. ¿Las personas viajeras, en el sentido clásico, son ya un fenómeno de otro siglo? El lenguaje inclusivo les da la puntilla.

Podían poner: «Quienes viajen en el autobús», si no quieren decir viajeros, pese a que en plural es neutro. Vamos a un lenguaje artificioso que en realidad empobrece, en virtud de la búsqueda tiquismiquis de discriminaciones. En el cartel, «personas viajeras» resulta recargado y no comprensible a la primera. Como cuando se dice «personas ministras», «personas funcionarias», «personas estudiantes», «personas periodistas». «Personas lectoras» se refiere a quienes tienen una especial inclinación por la lectura, no a las que en este momento están leyendo en la biblioteca, diga lo que diga el cartel.

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Seguramente la vorágine de propuestas 'inclusivas' va a lo suyo, sin reparar en las distorsiones que provoca en el lenguaje. O quizás deseándolas, no porque así mejoren igualdades, sino por hacerse notar, promoviendo un lenguaje envarado y petulante. Tampoco les afectará el concepto de «persona viajera» de Hippolyte Taine, cuando aseguraba que «viajamos para cambiar no de lugar sino de ideas». Ahora se trata de viajar sin cambiar de lugar: las ideas ya no cuentan.

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