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Ser como el olivo

La Carrera ·

El calendario que tenemos delante constituye una compleja encrucijada que tenemos que descifrar lo más diligente y honrosamente posible

Martes, 5 de enero 2021, 22:41

El nuevo año ha amanecido tembloroso y aún perdido en un notable desorden de irresponsabilidades, indefiniciones y agudizadas polarizaciones que tanto derrochamos, lo que ensombrece ... los logros de los últimos meses. El calendario que tenemos delante constituye una compleja encrucijada que tenemos que descifrar lo más diligente y honrosamente posible. Ana Frank dejó escrito en su renombrado diario una frase que podría servirnos para encabezar el nuevo e impoluto dietario: «Qué maravilloso es que nadie necesite esperar ni un sólo momento antes de comenzar a mejorar el mundo». Es una idea que nos debería de estimular en estos momentos tan enredados. Sería estúpido creer que la salida de la tremenda crisis en la que estamos envueltos no necesita de nuestra personal y colectiva actitud y empeño, que vendrá por arte de birlibirloque, que llegará sólo desde 'arriba'. Sería también de tontos pensar que volveremos tal cual, al mundo en el que vivíamos antes de que la pandemia nos arrasara. Lewis Carroll en Alicia en el País de las Maravillas escribe: «No puedo volver al ayer porque ya soy una persona diferente».

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Ahora es tiempo de recolección de la aceituna. Mucho antes de que fuese un alimento, el aceite de oliva embellecía el cuerpo, curaba enfermedades y nutría las almas. Este árbol que tiene sus orígenes en el Próximo Oriente (en el antiguo Egipto era un referente vital y religioso), cuenta con una amplísima simbología que podríamos usar ahora para levantar nuestros ánimos y empuñar nuevos afanes. Según la leyenda, siendo Cécrope primer rey del Ática, los futuros atenienses entraron en liza para poner nombre a su ciudad. Surgieron dos posturas contrarias, la de Poseidón y la de Palas Atenea. El omnipotente Zeus con su consejo de deidades acordó que daría nombre a la ciudad quien aportara el elemento más importante para su supervivencia y su futuro. Poseidón clavó su tridente en la acrópolis y de la tierra surgió un caballo, símbolo de la guerra, pero también animal de transporte, fuerte y manejable (según otros autores, lo que surgió fue agua salada). Por su parte, Atenea sembró una semilla y de ella brotó un frondoso olivo, símbolo de paz, belleza, sabiduría, amistad, fertilidad, salud, longevidad y victoria (además de servir a la alimentación y proporcionar luz). Así el olivo se convirtió en árbol sagrado y símbolo de la nueva ciudad, a la que la diosa prestó su nombre. El olivo, que cuando los medos incendiaron Atenas, en el mismo día en que se quemó, volvió a retoñar, según cuenta el historiador Pausanias.

Tras la recolección de la aceituna suele llegar la poda. Cécrope fue quien, según también la mitología griega, realizó la primera poda en un olivo siguiendo el consejo de Atenea, que le dijo que tomara su podadera y que todo lo que quitara a la madera se lo estaba dando al fruto, pero que lo hiciera con discreción. Y ahora no se me ocurre mejor metáfora que nos inspire en este año que comienza que la de sentirnos como el olivo, asumiendo toda su simbología, sabiendo desprendernos de las ramas que nos estorban para recobrar nuevas fuerzas, perceptibles y morales.

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