Ocurrencias salvadoras

Puerta Real ·

Entre los sacrificios a los que están dispuestos los políticos no se cuenta dejar el poder o renunciar a su parte del despojo

Manuel MOntero

Granada

Viernes, 30 de julio 2021, 12:35

La ocurrencia viene a ser una idea en grado de tentativa. Surge por pereza mental, pero pasa por razonamiento sesudo. Tiene grandes ventajas. Evita estudiar ... los problemas, con lo que ahorra tiempo. Da pátina de pensador al ocurrente. Por definición, la ocurrencia se improvisa, sale sola. Después de proferida, la ha de defenderse a capa y espada. Con frecuencia debe más a la ideología que al roce con la realidad.

Publicidad

En este género vamos bien servidos. Las ocurrencias tienden a cuajar y se repiten luego. Un ejemplo: a alguien se le ocurrió hace unos años que la solución de nuestros males era reformar/cambiar la Constitución, pasó como gran idea y ya es un lugar común, que divide al mundo entre la progresía (nacionalistas más las izquierdas auténticas) y los inmovilistas, llamados fascistas. No importa que a estas alturas no se sepa qué hay que reformar ni por qué. Eso ya se verá: el medio ha sustituido al fin. Lo propio de una buena ocurrencia es que no tenga enjundia. Importa que suene rotunda: «Lo hacemos porque lo quiere lo gente».

Está la ocurrencia prístina, del género gaseoso, u ocurrencia en estado puro. Consiste en decir lo primero que pase por la cabeza, siempre que suene simple y parezca la solución perfecta, pues en el reino de las ocurrencias los problemas complejos tienen soluciones sencillas. Por ejemplo, si no quieres gobernar con Podemos dices que solo pensarlo te quitaría el sueño. La ocurrencia, siempre evanescente, no compromete luego y es compatible con hacer después lo que has negado: ahí está su gracia. No tiene mucha más enjundia la ocurrencia de Casado: este meritorio nos dice que está dispuesto a achicharrarse para salvar los problemas de España. La verdad, convendría que no se pongan melodramáticos. No gustan ni los políticos desollados –los que van a dejarse la piel por nosotros– ni los achicharrados: el olor a quemado echa para atrás. Basta con que gestionen razonablemente. Sin ocurrencias. O solo las justas.

Están las ocurrencias pétreas, del género espeso, que consisten en corear hasta la saciedad simplezas políticamente correctas: repetir las virtudes de la memoria histórica, asegurar que mañana España será republicana, repudiar «el régimen del 78» y asegurar su disposición a sacrificarse por los problemas reales de la gente, mantra que han repetido desde Rajoy a Iglesias pasando por cantidad. Entre los sacrificios a los que están dispuestos los políticos no se cuenta dejar el poder o renunciar a su parte del despojo.

Publicidad

Con la repetición, el ocurrente pierde originalidad, pero gana la prestancia de refugiarse en los clásicos. El derecho a decidir, por ejemplo, empezó como ocurrencia para la cosa vasca, recaló con fuerza en la ribera catalana y florece en cualquier discurso progre, que imagina plurinacionalidades ejerciendo su derecho a decidir.

Al gusto por la ocurrencia se debe la levedad que impregna la política española, que va a salto de mata. Ni siquiera la pandemia ha conseguido centrarnos ni interrumpir nuestro camino hacia el paraíso.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad