Morir no es desaparecer, sino existir de una manera nueva. Eso es lo que conmemoramos el segundo día del mes de noviembre: el Día de ... Todos los Fieles Difuntos. Entonces, ¿por qué hablamos del purgatorio en este día? ¿Acaso Dios no nos perdona del todo tras morir? ¿Para qué seguir sufriendo? Vamos a explicarlo.
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Lo primero es aclarar qué no es el purgatorio. No es un lugar físico; ni un infierno sin demonios; tampoco una segunda oportunidad para entrar en el cielo o un castigo divino porque nuestros pecados se perdonaron a medias. Nada de eso. La única salida del purgatorio es el cielo. Por lo tanto, se trata del estado espiritual y de purificación en el que se encuentran aquellas almas que ya han muerto en amistad con Dios; es decir, en gracia de Dios, pero que aún necesitan sanar las heridas que dejaron impresas los pecados terrenales. Un bálsamo que obtienen las almas gracias a las plegarias y misas que ofrecen los vivos por ellas. Aunque con un ejemplo real se verá más claro todo esto.
Un sacerdote organizó una convivencia para los chavales de su parroquia que habían recibido el sacramento de la Confirmación. Entre los asistentes se encontraba una chica que había sido invitada por su amiga. Según el testimonio del sacerdote, la muchacha de 17 años se encontraba perdida y nerviosa en el ambiente festivo y de júbilo que rebosaban los participantes de aquella acampada en los Picos de Europa. De hecho, a mitad de la convivencia, la chica le manifestó al sacerdote su intención de marcharse. Pero el presbítero la animó a continuar. Aquella adolescente lo que realmente quería era confesarse, pues había cometido un aborto el año anterior y se encontraba mal consigo misma. Aprovechó el día de la confesión general para soltar el pesado lastre que atenazaba su corazón. El sacerdote, que contaba con una licencia especial de su obispo, le dio la absolución tras escucharla. «Demasiado fácil» – dijo ella. A lo que el párroco le insistió con vehemencia que Cristo la había perdonado definitivamente, ya que su arrepentimiento era puro y sincero. «Eso ya lo sé –continuó la chica–. Lo que ocurre es que yo necesito tiempo para perdonarme a mí misma; tiempo para volver a mirarme al espejo; tiempo para volver a reír con los amigos. Eso es lo que me pasa».
¡Y eso es el purgatorio! Al morir, Dios nos muestra nuestra vida pasada. Pero lo hace desde su amor. De tal forma que experimentamos su amor no correspondido cuando le hicimos sufrir a causa de nuestras durezas de corazón, a causa de nuestros pecados. En ese momento, somos nosotros los que decimos, libre y voluntariamente, «así no puedo entrar en el cielo», porque nos avergonzamos de nosotros mismos. Y al igual que en la historia anterior, necesitamos tiempo (purgación) para perdonarnos a nosotros mismos por el mal cometido contra Dios. De ahí que las oraciones y misas de familiares o conocidos nos ayuden a sanar esa herida espiritual, ya que nos envían el mismísimo amor de Dios para decirnos «descasa, Dios te ha perdonado». Sabiendo eso, ¿privaremos a nuestros difuntos de tal regalo?
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