Rula a toda pastilla el anuncio de la lotería; las luces de colores alumbran calles semivacías, y han vuelto a intentarlo las ventas. Velas, guirnaldas, ... farolillos papanoeles, espumillón, árboles y pascueros. Mantecados, polvorones, dulces, turrones, villancicos, estrellas, belenes, reyes magos, estrenos de cine, tarjetas de felicitación, trajes de fiesta, celebraciones, regalos, festejos, juguetes, uvas de la suerte, reuniones de familiares con allegados o sin ellos. Pavo horneado, gambas, marisco, pularda, ternera, cordero, besugo, sidra, champán, cestas de navidad que se encargan telemáticamente, amigos invisibles online, la deseada paga extra, el temido endeudamiento.
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Ya nos vamos deseando «felicidad en la medida de los posible»; y ya se canta a la paz, a la fraternidad y al encuentro. Ya nos vamos calentando la cabeza con los regalos; ya nos sonreímos más, aunque sea con los ojos tras la mascarilla…
Época de buenos propósitos, pasajeros casi siempre; tiempo de bondad, a veces, artificial; estreno de simulacros de paz; periodo de tregua, que ya volverá enero.
Para muchos, ya sabemos, un puñado de recuerdos con ausencias señaladas y para otros muchos, la angustia de siempre en este tiempo agravada, y en este año aún más… Tradición, religión, nostalgia y costumbre; alegría y anhelo, todo ello en una coctelera que ayuda a emerger la necesaria actividad económica y, a emerger también, los buenos deseos que habitan en todos nosotros. Porque de eso se trata, de eso va la Navidad, de que nació, se hizo uno más, vino para humanizarnos, para iniciar la revolución del amor.
Llegó la Navidad, unas de las celebraciones más importantes en todo el mundo, y como han pasado veinte siglos y algunos años desde aquel nacimiento realmente navideño, en estos 2.000 años hemos añadido un sinfín de connotaciones a la fiesta del nacer, de aquel nacer.
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Pero hay una historia real tras todas las figuritas de barro que adornan nuestros portales. ¿Cómo fue el nacer de aquel niño que era Dios humanizado?
Según los textos sagrados, sucedió que por aquellos días salió un edicto ordenando que se empadronase todo el mundo. Y así, subió el artesano carpintero José desde Galilea a Judea –la ciudad de David que se llama Belén–, para empadronarse con María, su esposa, que estaba embarazada.
Y sucedió que, mientras estaban allí, de paso, cumpliendo con el trámite del censo, María dio a luz a su hijo primogénito en un pesebre, porque no tenían posada, «no había lugar para ellos en el albergue» (Lucas 2,1-7).
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Buscaron un lugar para el parto, un establo que, más allá de la humildad del nacimiento, es una escena que, de algún modo, cambió el mundo para siempre.
Sin duda, María, debió vivir circunstancias difíciles durante el viaje a Belén junto a José, y también, una vez allí, mientras encontraban un lugar para quedarse. Porque tras buscar desesperadamente un alojamiento, nadie les recibió, le cerraron todas las puertas; no había albergue disponible para ellos y Jesús nació en aquel cobertizo que hemos llamado portal, el lugar que sus padres pudieron encontrar.
Dice el Evangelio que, una vez nacido el Niño, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían de Oriente se presentaron en Jerusalén buscando al Rey de los judíos «que ha nacido», para acudir a adorarle. Aquella noticia sobresaltó al rey Herodes, que vio amenazado su poder. De ahí la matanza de inocentes narrada en el evangelio de Mateo. «Después de marchar los Magos, un ángel apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para matarlo». José se levantó; aquella misma noche, tomó al niño y a su madre y partió hacia Egipto, permaneciendo allí hasta la muerte de Herodes» (Mateo 2, 13-15).
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María y José huyeron de su país y llegaron a una nación que no los quería. Jesús fue migrante que buscó refugio. Vivió en una tierra extraña. Su historia continúa hoy día. En 2020, más de dos siglos después, millones de refugiados viven su historia particular de huida y persecución. De algún modo y con todos los matices, aquel viaje de la familia sagrada está siendo realizado por familias que huyen de sus países en todo el mundo. La mitad de los millones de personas desplazadas en el mundo, son niños. Según datos de ACNUR, al menos 79,5 millones de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares. Entre ellas hay casi 26 millones de personas refugiadas –más de la mitad menores de 18 años–. También hay millones de personas apátridas a quienes se les ha negado una nacionalidad y acceso a derechos básicos como educación, salud, empleo y libertad de movimiento.
Celebramos la Navidad en medio de una pandemia que ha sacudido con fuerza a millones de personas en el mundo. En un momento en el que el 1% de la población mundial se ve obligada a huir de sus casas como resultado de conflictos, guerras, falta de oportunidades y persecuciones territoriales, políticas o ideológicas. Y han de dejar sus casas, han de buscarse la vida, han de encontrar posada…. por muy distintos motivos sin duda, pero también de algún modo como aquella familia sagrada que vio nacer al Señor.
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Bill O'Keefe, vicepresidente de relaciones gubernamentales de CRS (Catholic Relief Services), cuenta la historia de una María de la época moderna, una refugiada siria que dio a luz en un campamento transitorio: «Nos encontramos con una mujer siria embarazada que no paraba de pedir que le ayudáramos a encontrar alojamiento en una posada…
Estábamos preparándonos para la Navidad y, he ahí la María del tiempo actual, dando a luz a su hijo enfermo, no en un pesebre, sino en un campamento que habíamos montado, y eso tuvo un verdadero impacto para mí».
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