Naturaleza

La Carrera ·

La Naturaleza es hermosa, no escatima en belleza, pero tampoco ahorra en crueldad

José Ángel Marín

Lunes, 13 de febrero 2023, 23:52

Ha pasado una semana del terremoto en Turquía y Siria, donde la Naturaleza vuelve a mostrar su alta estima por los humanos. Así, de un ... plumazo, ha sepultado a miles bajo los escombros. Mientras escribo llega la noticia de que son ya 40.000 los muertos. Y todo después de una pandemia que allí también hizo de las suyas, en un febrero de frío que pela y, para los sirios, en mitad de una guerra. Bien, pues en un contexto tan halagüeño, la Naturaleza subió de nuevo al escenario para protagonizar la tragedia. Es lo que suele, por más que algunos vendan la versión edulcorada de la gran dama del colapso.

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La Naturaleza es hermosa, no escatima en belleza, pero tampoco ahorra en crueldad. Bella, violenta y tan caprichosa que se quedan cortas cuantas arias operísticas podamos imaginar. Y en ese entreacto, cuando da tregua, la humanidad pone rumbo al ambigú, como un bufonesco y jorobado Rigoletto que tararea la 'donna è mobile' camino a la siguiente catástrofe.

Pero, ojo, no seamos simplistas. La Naturaleza no es bruja sádica de verruga peluda. Salgamos de mitos. Las cosas son como son guste más o menos al manual de cabecera de los humanos. La biología evolutiva da pistas y pone en su sitio al 'homo sapiens' creído en rey del mambo. Empecemos por asumir que nuestra lógica y provecho trae al pairo a la Naturaleza (vocablo que –si se fijan– tiene idéntico sufijo que maleza, en el sentido vegetal del término). Ella no se rige por tus conveniencias, sino por unas reglas que parecen antojos y, en el mejor caso, se acercan a eso que llamamos física y química.

Para integrarnos sin salir trasquilados del cotarro cósmico en el que somos partícula, convendría desterrar supercherías y dogmas inventados que tragamos a pies juntillas, y dedicarnos a mirar de frente a esa bellísima madrastra que con pauta caótica e inmisericorde administra nuestra frágil existencia. En la tarea que propongo será útil el método científico, ese que alumbró la ley de la gravedad tras aporrear a Newton con aquella manzana desprendida del árbol. De hecho, el método científico es la crónica de cómo la humanidad –a base de evidencias– vence prejuicios.

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Nos gusta imaginarla maternal, pacífica y tierna, pero de eso nada. Su tenaza biológica aprieta mientras se pasa por el forro el equilibrio geoestratégico mundial, los premios Goya y las obsesiones ministeriales. La Naturaleza no repara en masacres ni errores, ni en disculpas, ni en mociones de censura. Desconoce la moderación y el rencor, los contratos, las prohibiciones, la religión y la ideología, el infortunio, el feminismo, las fronteras, los cumpleaños y el racismo. La Naturaleza pasa de lágrimas, de rimas y ortografías, de especulaciones y gobiernos, de partidos y coaliciones, de conjuras y esquemas. Se la sudan el 'buenismo', los tesoros y las terapias, la culpa y la utopía, la noche y el día. Ella ni se enamora ni odia. Eso sí, la Naturaleza es juguetona como ella sola.

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