Ni se imaginan lo que me costó, ayer, movilizarme hasta el teclado del portátil para escribir estas líneas. Estaba sumido en un profundo ataque de ... extra-vagancia: todo el día tumbado en el sofá. Me pesaban el cansancio acumulado estas semanas y el bajón tras el final de Gravite, ese festival que tanto nos gusta organizar, pero que nos absorbe las fuerzas como si de un agujero negro se tratara.
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Toda la mañana un runrún en la cabeza: «movilízate, hombre, que tienes una columna por redactar». Pero nada. No había manera. El sofá tiraba de mí con una fuerza directamente proporcional a la de mi torrija, a la de mi empanada mental. «Estoy vacío de ideas, no tengo tema del que escribir, no pasa nada interesante, todo es lo mismo y se repite un día tras otro, como el ajo…».
Y entonces comprendí la zozobra de nuestros políticos en campaña, acojonados por el riesgo de desmovilización de su electorado. Las izquierdas están desmovilizadas porque tienen la sensación de que el 19-J no se van a comer un colín. Pesadumbre, pesimismo, hastío, cansancio, división, celos, envidias… y la perspectiva de pasarse ese domingo entre el rebalaje y el chiringuito. O resacosos, tras la Feria. Todo eso desmotiva hasta al más entusiasta de los militantes. Las derechas también advierten del riesgo de desmovilización, pero por una razón diametralmente opuesta: la confianza a raudales, el impulso de los sondeos y un optimismo que tiende a la desmesura, incluso a prueba de CIS y Macarenas.
Estas cosas, a dirigentes como Putin, Kim Jong-un, Maduro, Daniel Ortega o Xi Jinping no les pasa. Ellos sí que saben cómo movilizar a la gente, y no como nuestros políticos, tan sosos. Y sosas. Esos tipos duros sí tienen los resortes para motivar a la peña como es debido. ¿Votar el 19-J? ¡Uf! Total, si son todos iguales y no servirá de nada. Como escribir esta columna. ¡Qué pereza!
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