Beatos de la escasez

«Salvación y escasez son palabras que, dispuestas en la misma frase, traen ecos de lo mejor de la doctrina cristiana, de esa derivación del cinismo más acrisolado»

Miguel A. de la Rosa Restoy

Viernes, 29 de agosto 2025, 22:57

La diferencia entre la opinión de cualquiera, hábilmente proferida en barra de bar o en reunión familiar inevitable, y la opinión de los que tienen ... por oficio ser intelectuales socialmente reconocidos, estriba en el daño que provocan.

Publicidad

Las primeras se diluyen a los pocos minutos de enunciarse, como ocurrencias que son. Las segundas son tomadas como dogma y alimentan esa necesidad de la medianía de disponer de aforismos sencillos con los que reconfortar su ignorancia y alimentar rebeldías de alcoba. Para eso el poder dispone de terapeutas de masas, es decir, de esa plantilla de santones laicos a los que el poder recurre para que, bajo inofensiva apariencia de intelectualidad, suministren las dosis adecuadas de los principios convenientes.

Para ejercer semejante apostolado, las teclas reglamentarias son siempre tres: miedo, culpa y mentira. Usando cualesquiera de ellas o sus permutaciones posibles, se articula un discurso, generalmente ligero, que se remata en aforismo sencillo. Para redondear el efecto, se apela al principio fundamental de toda buena democracia: responsabilizar al pueblo de los errores de sus dirigentes. Que un gobernante corrompe hasta el tuétano las instituciones en las que interviene, el pueblo es responsable por haberle hecho ganar las elecciones. Que la política hídrica, convertida en ruin instrumento de rivalidades autonómicas, fracasa, los ciudadanos que consumen sin medida duchándose a diario o llenando la alberca en la que se refrescan. Que se provoca una crisis financiera por la sobreventa de hipotecas baratas sobre el artificio de una economía de endeudamiento masivo, el avaricioso pueblo que pretende ser propietario de su vivienda. El cálculo de la culpa moral de un pueblo por el fracaso de sus políticos resulta así infinito.

Para asegurar el éxito del reproche, nada mejor que comunicarlo mediante una figura reconocida y simpática, a ser posible de aspecto beatífico y de contrastada solvencia en su respectivo saber. Y, por supuesto, que el tema a tratar sea totalmente ajeno a su oficio, de forma y manera que la reflexión parezca surgida de inquietud casual. Como la de cualquier hijo de vecino al que le asalta una preocupación espontánea, pero para la que él, oh misterio, sí encuentra respuesta.

Publicidad

En este verano de fuego interminable, de corrupción en receso judicial, de hartazgo de políticos incapaces discutiendo en redes sociales, de repente un novelista egregio, de obra sobresaliente, de pública admiración, se descuelga con un aforismo sobre lo que nadie estaba pensando: «Si hay una salvación posible de este mundo es recuperar la idea de escasez».

Salvación y escasez son palabras que, dispuestas en la misma frase, traen ecos de lo mejor de la doctrina cristiana, de esa derivación del cinismo más acrisolado. Cuántas veces tendremos que oír, por boca de otros, la voz de Diógenes. Cuántas veces habrá que soportar que se nos quiera convencer de que tomar el sol plácidamente tumbado en una plaza y viviendo de la limosna es más importante que generar un imperio. Cuántas veces habrá que volver a leer que en la pobreza –que eso significa escasez– está la virtud humana.

Publicidad

Cuando se nos pone ante los ojos riqueza y virtud en una imaginaria balanza, es porque algo se ha roto o porque es necesario adoctrinarnos para la amenaza de un mal aún innombrable. Se recurre a lo moral como a lo sentimental, cuando la razón fracasa ante la realidad y, cuando la gangrena aconseja la amputación, cualquier idealismo de salón nos vale como anestesia.

Desde que las países occidentales se vieron abocados a afrontar la guerra fría, se decidió que los Estados se conformasen sobre los principios de la democracia. Dando por garantizados, derechos y libertades, se hacía necesaria la sustitución de los anhelos de los ciudadanos. Tan fácil como trastocar libertad por felicidad. La lucha por la libertad conduce a revoluciones, la lucha por la felicidad, en el peor de los casos, al consumismo. Equilibrio perfecto entre el poder político y el económico. Los gobernantes dedicados a corregir los desperfectos del capitalismo, y los dueños de las finanzas a expandirse para lograr la mayor generación de bienes asequibles. Unos lograrían mantenerse eternamente en el poder y los otros crecer infinitamente.

Publicidad

Pero ya no se puede disimular el cambio de paradigma. Los Estados han declinado sus principios democráticos en favor de los económicos, porque la ilusión keynesiana guardaba un secreto bajo llave, los ingresos fiscales no cubren los gastos de las políticas de bienestar y los Estados tenían que endeudarse para afrontarlos. Sin deuda pública no se pueden hacer promesas electorales con las que ganar elecciones y sin victorias en las urnas, se pierden los gobiernos.

Los Estados son rehenes de los mercados y de los financieros que les compran el endeudamiento. No puede evitarse la expansión, la globalización y las políticas monetarias. Nos gustará más o menos, pero esa es la realidad. La alternativa, sufrir, recortar ese gasto público que nos hace creer que prosperamos. La alternativa, un empobrecimiento controlado. Pero no hay que apenarse, advertidos estamos: la escasez nos salvará, la pobreza nos hará libres. Cuánta mentira y qué desparpajo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad