La memoria delos objetos
El Foco ·
Algunos son pruebas de los delitos del pasado. Cuántos objetos habrá a plena luz en casas ostentosas, galerías y museos, cuántos enterrados en nuestras cunetasLes pasa que cuando están ante un objeto antiguo se preguntan cuál ha sido su historia, por qué manos ha pasado, qué les dice de ... la persona a la que perteneció? Los objetos, desde los más deslumbrantes y exóticos a los más humildes y cotidianos, nos cuentan cosas. Les pongo dos ejemplos que en principio nada tienen que ver el uno con el otro: el cuadro de Camille Pissarro 'Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia', expuesto en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid y una prótesis dental aparecida en una fosa común de represaliados por el franquismo.
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El cuadro de Pissarro es de una belleza exquisita. Contemplar la minuciosidad y la maestría de este pintor impresionista es al mismo tiempo bálsamo y aliciente para los sentidos. Pero detrás de esta maravillosa obra se esconde una historia sucia. Julius Cassirer, alemán de origen judío, compró el cuadro en 1900 al mismo Camille Pissarro. Lo heredó su hijo y, cuando este murió, pasó a manos de su nuera, Lilly. Treinta y ocho años después, Jakob Scheidwimmer, galerista y marchante nazi, entraba en el domicilio de Lilly acompañado de la Gestapo para valorar sus bienes.
Lilly y su segundo marido Otto Neubauer, también judío y acosado por las leyes nazis que le impedían seguir desarrollando su trabajo como médico, necesitaban salir de Alemania y para ello requerían un permiso de las autoridades. Scheidwimmer aprovechó la ocasión y adquirió el cuadro de Pissarro por un precio irrisorio. De ahí fue cambiando de manos hasta que en 1976 lo compró el barón Thyssen-Bornemisza. Si consultan la página web del Museo Thyssen-Bornemisza y buscan este cuadro, verán su fotografía, la descripción artística y un enlace a una resolución del tribunal de Apelación de los Estados Unidos de 2020 que reconoce al museo nacional como dueño legal de este cuadro.
Sobre el origen del cuadro y su pasado, se dice que cuando el barón Thyssen-Bornemisza compra el cuadro «desconocía lo que había ocurrido con él durante la Segunda Guerra Mundial». El neutro «lo» esconde la historia que sí cuenta Miguel Martorell en su excelente ensayo 'El expolio nazi' (Galaxia Gutenberg) y las prácticas por las cuales muchos judíos perdieron su patrimonio para salvar su vida (y recordemos también que muchos más perdieron tanto patrimonio como vida): los expertos nazis «tasaban sobre el terreno y ofrecían por el material seleccionado un precio ínfimo, muy inferior al valor real, pero que bastaba para encubrir como una transacción legal lo que constituía un evidente acto de pillaje». La familia de Cassirer ni siquiera cobró en su momento el monto ridículo que supuestamente iba a pagar el Reich, ya que todos sus bienes fueron confiscados. Si quieren saber más sobre los derroteros que siguió el cuadro o sobre el litigio, lean a Martorell.
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Más allá de la sentencia sobre el cuadro y los motivos por los que seguirá expuesto en el Thyssen, ningún objeto que haya servido para enriquecer a saqueadores, asesinos, cómplices de la persecución y exterminio de millones de personas, se puede desligar de ese pasado. La historia del cuadro 'Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia' es conocida porque la familia sobrevivió al Holocausto y fue capaz de reclamarlo. Podría no haber sido así: treinta y siete miembros de la familia Cassirer fueron asesinados en diferentes campos de concentración durante la guerra. Si Lilly no hubiera sobrevivido y reclamado sus bienes, la verdadera procedencia del cuadro hubiera quedado en la oscuridad, como cientos de miles de bienes (arte, joyas, mobiliario) expoliados durante el nazismo y que permanecen ahora en colecciones privadas o como joyas de familia, incluso en museos nacionales. Este Pissarro es la prueba de un delito miles de veces repetido.
Muchas de estas pruebas de delitos no resueltos pasaron, y quien sabe si se quedaron, por España durante los años cuarenta gracias al amparo que el régimen franquista dio a los marchantes, contrabandistas de arte y criminales nazis de todo pelaje. Miguel Martorell cuenta que Alois Miedl, un marchante cercano a Hermann Goering, se refugió en España desde 1944 y estuvo en contacto con notables franquistas y varios joyeros y galeristas de Madrid para mover cantidades aún desconocidas de arte expoliado. «Cuando Miedl llegó a España, en la primavera de 1944, pronto comenzó a circular el rumor de que había traído consigo una fortuna en arte.
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Sus vínculos con Goering eran conocidos en los mentideros políticos y los círculos germanófilos». Martorell destaca también la participación de gerifaltes del franquismo en el expolio, como la de Antonio María Aguirre González, cónsul franquista y filonazi en Hendaya durante la guerra mundial que enriqueció considerablemente su colección de arte durante esos años usando la valija diplomática y todos sus contactos para conseguirlo.
Mientras en 1938 ocurría el expolio nazi y la persecución de los judíos y desafectos al Reich, en España ya empezaban a amontonarse cuerpos ejecutados en fosas comunes, la mayoría de los cuales siguen hoy sin exhumar. Mujeres, hombres, ancianos, ancianas, adolescentes, niños y niñas (sí, también niños y niñas) muchas veces sorprendidos en sus quehaceres o durante el sueño que se llevan a esa tumba improvisada un objeto cotidiano que les sirve de talismán (un sonajero en el delantal, una fotografía en el bolsillo, una moneda de plata) o nada en absoluto salvo su pijama.
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Hace unos meses la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica publicó en la editorial Alkibla el libro 'Las voces de la tierra' con las fotografías que José Antonio Robés ha hecho durante años al pie de fosa de objetos que se encontraban con las personas represaliadas. A cada objeto le acompañaba un texto. Participé en este proyecto y se me encomendó escribir sobre una prótesis dental. Salvo que murió por impacto de bala en el cráneo, yo no sabía nada de la persona a la que había pertenecido, si había amado o si le amaban, cuál era su profesión, qué ideales había defendido. Y decidí que posiblemente era una persona a la que le gustaba reírse y morder con ganas el pan y que por eso había conseguido, con mucho esfuerzo, hacerse la prótesis, y no quise imaginar su mueca de espanto al verse a pie de la fosa ni al ver cómo otros cuerpos caían en ella.
Objetos como pruebas de los delitos del pasado. Cuántos habrá a plena luz en casas ostentosas, galerías y museos, cuántos enterrados en nuestras cunetas.
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