¿La vida sin microorganismos?

«Participan en biorremediación, eliminando contaminantes del suelo, del agua o del aire. Se han estudiado las capacidades de algunas bacterias y hongos como posibles degradadores de plásticos, otros ayudan a limpiar vertidos de petróleo o transforman residuos agrícolas en biofertilizantes»

María José Estrella Suárez

Profesora Ayudante Doctor de Microbiología de la Facultad de Ciencias Experimentales de la UAL

Miércoles, 22 de octubre 2025, 23:10

Si echamos la vista atrás y pensamos de dónde viene el ser humano, ¿qué es lo primero que nos viene a la mente?, quizás recordemos ... que hace miles de años fuimos homínidos que aprendieron a fabricar herramientas o a usar el fuego, entre otras muchas cosas. Pero… ¿y si retrocediéramos aún más en el tiempo?, quizás pensemos en Lucy, la famosa australopithecus y si continuamos viajando hacia el pasado, incluso antes de la aparición de los primeros animales y plantas, llegamos a un tiempo en que la vida era solo microscópica. Allí, en los inicios más remotos, nos encontramos con LUCA (el último ancestro común universal) punto de partida de todo lo que hoy respira, crece o se mueve sobre la Tierra.

Publicidad

Según la teoría del endosimbionte de Lynn Margulis, procedemos de un eucariota primigenio que, a su vez, se formó gracias a la simbiosis entre varios procariotas. ¿Esto significa que realmente provenimos de los procariotas?, tanto es así que nuestras células contienen las mitocondrias, descendientes directas de antiguas bacterias que, en lugar de ser digeridas por otra célula, decidieron convivir juntas. Aquel acuerdo, sellado hace más de 1.500 millones de años, cambió la historia de la vida. Por eso, podríamos decir, que somos, literalmente el resultado de una cooperación entre microorganismos que aprendieron que colaborar era más útil que competir, y esa colaboración continúa hasta nuestros días.

En nuestro cuerpo habitan millones de microorganismos que forman el microbioma humano, presente en la piel, las mucosas, el tracto digestivo y prácticamente en cada rincón de nuestro organismo, sin ellos, no podríamos digerir bien, ni producir ciertas vitaminas, ni mantener en equilibrio el sistema inmunitario. Algunas incluso dialogan con nuestras neuronas a través del llamado «eje intestino-cerebro», influyendo en el estado de ánimo. En cierto modo, no solo somos descendientes de los microorganismos, sino que también somos colonias de ellos. Además, han sido actores principales de grandes descubrimientos científicos. Pensemos en los antibióticos, con Alexander Fleming y su hallazgo de la penicilina a partir de un simple moho; en las vacunas, que gracias a pioneros como Edward Jenner e Isabel Zendal marcaron el inicio de la inmunización global, o en la insulina, cuya producción mediante bacterias modificadas permite que millones de personas con diabetes puedan vivir con normalidad.

A nivel ambiental, los microorganismos también trabajan en silencio por el planeta. Participan en biorremediación, eliminando contaminantes del suelo, del agua o del aire. Se han estudiado las capacidades de algunas bacterias y hongos como posibles degradadores de plásticos, otros ayudan a limpiar vertidos de petróleo o transforman residuos agrícolas en biofertilizantes. Incluso hay algunos capaces de generar energía en forma de biogás o biocombustibles, ofreciendo alternativas sostenibles frente a los combustibles fósiles.

Publicidad

Y en nuestro día a día, ¿qué relevancia tienen? Si estuviéramos en un supermercado y comenzáramos a recorrer sus pasillos, descubriríamos que los microorganismos participan en la elaboración de gran parte de los productos que vemos en los estantes. Detrás del pan recién horneado, del queso curado, del yogur, del vino o de la cerveza hay millones de microorganismos que llevan siglos colaborando con el ser humano.

¿Cómo es esto posible?, gracias a la fermentación, uno de los procesos más antiguos descubiertos por la humanidad y que sirve para transformar y conservar los alimentos. Su uso es anterior incluso a la escritura, gracias a ella obtenemos sabores únicos y, de paso, aprovechamos el poder transformador de la vida microscópica.

Publicidad

Lo que empezó como una necesidad de supervivencia terminó convirtiéndose en parte de nuestra cultura en gastronomía, en identidad, en celebración. Así que, la próxima vez que disfrutes una cervecita, un panecillo o un trozo de queso, recuerda que cada uno de ellos guarda un homenaje silencioso a nuestros antepasados más antiguos, porque sin microorganismos no habría fermentación, ni salud, ni humanidad. Ellos fueron los primeros… y seguirán aquí cuando ya no estemos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad