Con frecuencia suelo comentar que deberíamos aprender muchas cosas que son muy necesarias para la vida y sin embargo nadie nos las enseña. Tenemos que ... apañarnos solos para solucionar algunas costumbres, hábitos, caprichos, manías que son negativos y sentimos que nos hacen mal, pero no sabemos cómo liberarnos de sus consecuencias y ni siquiera nos planteamos si hay otras opciones más satisfactorias y saludables en todos los sentidos, desde lo meramente físico a lo emocional y mental. Sabemos que nos afectan, pero una especie de resignación nos impide salir de esos círculos viciosos.
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Quizá esto sucede porque no se nos enseña a vivir de una manera práctica. Los currículos escolares están cargados de horas dedicadas a sesudas materias, exámenes, evaluaciones, etc. pero muy pocas con recomendaciones para enfrentar las dificultades de la vida y cómo solucionar los problemas que invariablemente van a aparecer. No estoy hablando de promover cualquier tipo de adoctrinamiento, sino que me refiero a algo más simple: saber cómo tratar a este cuerpo físico para que dure lo más posible, por ejemplo, o cómo dirigir nuestras emociones y sentimientos para no perder la serenidad, o descubrir cuáles son nuestras aspiraciones, y cómo encontrar el camino para conseguirlas… Tan despistados estamos que hasta creemos que lo de aprender, o ir a una escuela es una tarea propia de la infancia o la adolescencia, y que no tenemos ya nada que asimilar. Y así pasan los años sin que hayamos abordado la difícil tarea de llevar nuestra propia vida, con todas sus variadas facetas y complejidades.
El caso es que van surgiendo nuevas iniciativas con la idea de paliar esta carencia de educación para la vida tan necesaria, poco a poco, con diferentes enfoques. Por una parte, en los centros educativos, aunque no en todos se organizan talleres para enseñar al alumnado a comer de manera saludable, por ejemplo, para combatir la obesidad, que es causante de numerosas enfermedades, o para saber gestionar la ira, o la tendencia a la violencia que con frecuencia salta como la erupción de un volcán y que vemos extenderse en nuestras sociedades… Esto se hacía antes de que la pandemia desbaratase tantas prioridades y no parece que se hayan retomado.
Pero he aquí que me encuentro con la noticia de que el ayuntamiento de La Zubia, más concretamente la Concejalía de Salud desde hace once años, viene desarrollando una Escuela de Vida, que es como la denominan, con la finalidad de aportar apoyo a los vecinos que padecen enfermedades crónicas y otras dolencias del alma, como «desilusión, o sensación de vacío». Organizan talleres a cargo del psicólogo del Ayuntamiento, el doctor Tomás Chirosa, que consisten en diez sesiones terapéuticas que se realizan en grupo.
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He traído a esta columna el ejemplo positivo del ayuntamiento de un pueblo como La Zubia porque me parece una señal de lo que pueden hacer las instituciones para dar calidad de vida a las personas. La permanencia de once años de este proyecto tan interesante demuestra que funciona bien y los zubienses acuden porque su vida mejora y aprenden a manejar sus miedos y pasar los malos momentos con el apoyo de alguien que sabe. Más de 540 personas se han beneficiado de esta iniciativa. Ojalá cunda el ejemplo.
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