EFE

Todos con Vinicius

«Tan importante como el feminismo, el respeto a la orientación sexual o a la raza, se encuentra la educación que recibimos desde pequeños, y aquí es donde se puede observar una deriva de compleja solución»

Marcial Vázquez

Politólogo

Jueves, 28 de marzo 2024, 23:25

Si algo faltaba en el circo mediático montado por Vinicus y en torno a Vinicus propagando el mensaje de que España es racista y yo ... solo quiero que me dejen jugar al fútbol, ya tenemos a la ministra Chiquita de la Calzada utilizando al futbolista para culpar no solo a la ultraderecha sino a la derecha de alimentar esos discursos «de odio» que tenemos que combatir. Da igual que no haya Presupuestos Generales este año, pero no podemos tolerar que la derecha, así en general, inunde los campos de España de insultos e improperios al mártir brasileño. Porque en este país hasta la llegada de Vox, de Feijoó y Vinicius, nunca se habían escuchado en los partidos de fútbol toda clase de barbaridades a los árbitros y a los jugadores del equipo rival, sin hablar de que no hace muchas jornadas, en el estadio del Rayo Vallecano, un espectador le metió el dedo en el culo a un jugador del Sevilla. Lo digo con claridad: es el momento de empezar a rechazar todas esas causas aparentemente nobles que encierran intereses personales, farsas mediáticas y manipulaciones de la razón.

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Porque todo esto que podríamos llamar 'el caso Vinicius' fue orquestado para victimizar hasta el extremo a un jugador cuyo comportamiento en el campo con los rivales es absolutamente detestable. Otra cosa es que esto se le fuese de las manos al madridismo sociológico- imperio mediático arrollador en nuestro país- y acabase poniendo a España ante el mundo como un país xenófobo e incívico donde se ejerce violencia contra aquellos de piel oscura.

Pero, ¿somos realmente un país racista? Si tomamos con referencia la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea- uno de los múltiples chiringuitos de ese monstruo burocrático en el que se ha convertido la UE- en su última encuesta señala que los países más racistas son Austria y Alemania- me ahorraré comentarios-, mientras que España se encuentra entre los menos discriminatorios. Es verdad que todas estas encuestas se encuentran bajo el influjo de parámetros subjetivos que pueden llevar a engaño, pero ahí tenemos el veredicto de una «autoridad en la materia».

Nadie puede negar que los españoles somos más tolerantes, abiertos y diversos que hace 40 años. Ya sé que están los activistas de las minorías que necesitan seguir sintiéndose perseguidos y discriminados, pero en el marco occidental hemos experimentado una evolución de apertura mental y moral incuestionable. Lo que pasa es que este fenómeno social, cultural y educativo, también nos ha traído cosas negativas y retrocesos en otros campos, como la dictadura de la identidad individual o de la tribu por encima del bien común o del sentimiento de comunidad nacional. Pero tan importante como el feminismo, el respeto a la orientación sexual o a la raza, se encuentra la educación que recibimos desde pequeños, y aquí es donde se puede observar una deriva de compleja solución.

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Los padres más jóvenes son capaces de enseñar a sus hijos que hay niños con dos mamás o dos papás, pero incapaces de explicarles que no se puede ir a un centro comercial en patinete, o que no se puede corretear y gritar entre las mesas en una cafetería. Por poner un ejemplo. Está bien centrarse en los valores y las causas más nobles, pero no a costa de olvidar las normas más básicas y elementales de educación y respeto público. Porque como decía aquella frase cómica: se empieza matando a una persona y se termina por no saludar en el rellano.

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