El lado correcto de la histeria
«A nadie nos apetece vernos equivocados o que nos demuestren nuestros errores, pero en las generaciones más jóvenes que se han educado políticamente en las redes sociales esta intolerancia al diálogo abierto se deriva de manera dramática a sectarismo»
La semana pasada fui a ver 'El Cautivo', de Amenábar. Sobre todo por la polémica generada, porque aparece Cervantes como el amante gay de su ... carcelero argelino y eso es algo intolerable para el patriotismo de pulsera español. De hecho, cuando terminó la película, a la salida, iba delante de mí un señor ya algo mayor al que no le había gustado nada ese enfoque, diciendo auténticos disparates por su boca, para que todos los de alrededor tuviésemos clara su opinión no tanto sobre la película, sino sobre la homosexualidad. Yo, sinceramente, no entiendo la gente que va al cine o pone la tele para encabronarse aún más, pero es una de las señales llamativas de esta sociedad desquiciada en la que vivimos casi las 24 horas del día.
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Dialogar o discutir sobre «la historia» basándonos en una película de cine que recrea de manera bastante libre un hecho sucedido, puede entrar dentro de lo normal siempre y cuando entendamos los códigos de cortesía y tolerancia de la discrepancia civilizada. Digo esto porque algo tan básico como el respeto en la discusión al que no opina como tú se ha ido desdibujando progresivamente hasta que empiezan a sonar las alarmas en debates barriobajeros entre nuestros representantes. Lo siento, pero esto viene de atrás y empezó en nosotros mismos. Siendo absolutamente sinceros, ¿quién tolera con educación y hasta reflexión el que le lleven la contraria en una conversación? Y no digamos ya en sus deseos, al que muchos consideran directamente derechos propios y deberes ajenos. A nadie nos apetece vernos equivocados o que nos demuestren nuestros errores, pero en las generaciones más jóvenes que se han educado políticamente en las redes sociales esta intolerancia al diálogo abierto se deriva de manera dramática a sectarismo en aspectos cruciales como el significado de la convivencia, de la democracia o la libertad.
Como en estos últimos días seguimos con Israel y Palestina, sin que la mayoría de los que opinan tengan ni idea de la compleja realidad del tema, ha surgido de nuevo esa expresión que se usa en muchos ámbitos y que supone un detector infalible de mentes integristas: «estar del lado correcto de la historia». No ya porque esto condicione emocionalmente el debate, sino porque lo anula directamente. ¿Quién puede osar no situarse en el lado correcto de la historia, nada más ni nada menos? Pero, además, es un error conceptual, porque la historia es el sedimento de la política del pasado, y en el presente nadie es historia; incluso muchos ni siquiera están haciendo historia- como mucho deshaciéndola.
Volviendo al presente, tenemos una novedad bastante importante en la guerra Pedro-Ayuso, y es que todo pinta a que el futuro judicial del novio de la presidenta de Madrid no es demasiado esperanzador. Si Amador es condenado, la carrera política de Ayuso quedaría tocada de muerte de manera considerable. La defensa pública del novio ha sido un error evidente a estas alturas, por mucho que se cultivase el mito de que Miguel Ángel Rodríguez era más listo que nadie y la presidenta un animal político indomable. La reacción del PP madrileño contra el juez de la causa ha sido la misma que la de la izquierda contra los jueces que investigan a la familia del presidente o van a juzgar al fiscal general del Estado. Con esto es más sencillo saber cuál es el lado correcto de la histeria- que no historia: absolutamente ninguno. Pero Raxoi es feliz, porque a pesar de que el presidente gallego, su sustituto, haya sido el primero en el Pepé en hablar y condenar el genocidio, ese taxi que lleva esperando años que lo lleve a la Moncloa ya lo ve parándose a su lado y abriendo los pestillos para que se suba.
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