En los primeros minutos de 'El pianista', la familia Szpilman mantiene un frenético debate sobre qué hacer con el dinero que no pueden llevarse con ... ellos al gueto de Varsovia. Los nazis han decretado que cada familia judía solo puede estar en posesión de dos mil eslotis pero a los Szpilman les quedan más de cinco mil. Mientras recogen apresuradamente sus objetos de valor, padres y hermanos asumen que su vivienda será pronto saqueada por las fuerzas de ocupación y discuten sobre la mejor manera de esconder los billetes sobrantes. Una hermana propone ocultarlos en las macetas del salón. El padre, por su parte, recuerda que en la última guerra metieron el dinero en la pata hueca de una mesa. El propio Vladek, el pianista, sugiere introducir los billetes uno a uno por las ranuras de un violín y confiar en que los soldados no reparen en el instrumento. Entonces, su hermano propone dejar todo el dinero sobre la mesa, a la vista, cubierto simplemente con un periódico. «Lo registrarán todo pero, os lo prometo, no se fijarán en esto», razona cuando el resto de la familia lo toma por loco.
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A veces lo más obvio es a la vez lo más inverosímil. Con mucha más frecuencia de lo que pueda pensarse, cuanto más evidente parece algo, más fácil resulta ocultarlo bajo el disfraz de esa evidencia. Soluciones fáciles para problemas difíciles. Vale, no siempre funciona y a priori suena a apuesta temeraria, pero nunca conviene despreciar la estrategia más simplona para afrontar los desafíos más complejos. Ya lo hizo Antonín Panenka cuando decidió tirar suave y por el centro el penalti más importante de su carrera y de su país. Se trataba de que el balón se colara en la portería. Buscar una escuadra entrañaba tanto riesgo como dificultad, así que optó por tirarlo como lo haría un niño de cinco años. Un pase leve y blando al centro de la portería. Lo habría detenido incluso André Ferreira, el guardameta del Granada, pero por si acaso bajo los palos estaba Sepp Maier, legendario portero del Bayern de Munich. Panenka marcó el penalti y fundó una escuela filosófica que no para de sumar adeptos. El último se llama Yusef y lo apodan 'el Pastilla', toda una declaración de vida.
Encarcelado en Alcalá Meco mientras esperaba juicio por matar a sangre fría a dos hombres, el día antes de Nochebuena decidió irse de la cárcel. Pero nada de túneles excavados con un martillo de miniaturista. Nada de descolgarse por la ventana con una cuerda hecha de sábanas. Nada de tomar rehenes y matar funcionarios. Nada de eso. Se largó a pie y por la puerta principal, confundido con las visitas. Eso sí, no consta que saliera a hombros. Algo es algo.
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