Tres hostias como patadas de camello, tres bofetones, tres guantás, tres palmadas, tres cachetes, tres toques, tres besos. La performance del concejal socialista Daniel Viondi ... en el pleno del Ayuntamiento de Madrid fue tan escandalosa como decepcionante. Tratar de amedrentar a tu adversario político recurriendo a la intimidación física es una macarrada de primer nivel al alcance solo de sujetos como el tal Viondi y el resto de oscarpuentes de todos los partidos que deambulan por la política patria. Sin embargo, no faltan quienes se sienten frustrados por la escasa contundencia de la escena. Bebe la memoria de esta gente sedienta de leña en aquellos combates ocurridos en los parlamentos filipinos, colombianos, ucranianos o japoneses y que puntualmente nos mostraban los telediarios españoles como queriendo decir «vean cuánto bárbaro hay por el mundo, algo así jamás podría suceder en un parlamento español, aquí somos más civilizados». Pues no. O sí. Depende.
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A Martínez Almeida no lo han caneado, vale, pero el gesto del concejal socialista es peor por cuanto entraña de amenaza y desprecio. Quiso el tal Viondi, con un nutrido historial pendenciero a sus espaldas, atemorizar al alcalde madrileño y la 'caricia' le ha salido cara. Sin embargo, albergo serias dudas sobre la posibilidad de que las televisiones extranjeras incluyan la secuencia en sus telediarios. Poca chicha, pensarán los directores de informativos. «No hay sangre. Ni siquiera se le ve la cara colorá al de las gafas. Damos mejor el vídeo del cura nigeriano que se metió en una jaula con leones».
La pandemia instauró un nuevo código de relación corporal con nuestros semejantes. Se ha impuesto un progresivo distanciamiento físico que nos despoja de la pegajosa efusividad mediterránea y nos emparenta con pueblos más fríos, hostiles al arrumaco. Lo que antaño se veía natural ahora puede verse como una impertinencia cuando no como un abuso de confianza intolerable. Sin mentar la bicha del piquito, cada vez hay que extremar más la cautela con cualquiera de nuestros movimientos, ya sean cariñosos o antipáticos. Las pieles se afinan y un ademán banal puede volverse en contra cuando menos te lo esperas. Arrojar un pañuelo al suelo podía significar hace un par de siglos la indubitable cita para un duelo a muerte. Y fue justo hace dos siglos cuando Goya pintó aquel duelo a garrotazos que tanto se ha utilizado como símbolo de la lucha fratricida entre españoles. Dos siglos y no hemos aprendido nada. El Congreso de los Diputados da para unas cuantas pinturas negras. Con muchas guantás.
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