Orden de prioridades

En lugar de arrancarse con una crítica feroz, a sangre, rotunda, decide echarse a andar por el desfiladero con los ojos vendados y a la pata coja. ¿Cómo que un «tema delicado»?

Manuel Pedreira Romero

Viernes, 25 de agosto 2023, 23:09

Entonces llega Carlo Ancelotti, agarra, se pone, levanta la ceja y dice: «Es un tema delicado». Y lo suelta así, sin mirar atrás, con la ... falsa valentía de los locos. El italiano comparece para hablar sobre un partido que va a jugar su equipo pero enseguida le preguntan sobre Rubiales. Y con la osadía que solo puede permitirse un niño, un anciano o un enfermo desahuciado, comienza su respuesta con ese temerario «es un tema delicado». En lugar de arrancarse con una crítica feroz, a sangre, rotunda, decide echarse a andar por el desfiladero con los ojos vendados y a la pata coja. ¿Cómo que un «tema delicado»? Al oírle no supe si compadecerme o llamar a la policía. Es cierto que a continuación afirmó que el comportamiento de Rubiales no le había gustado nada y que no era propio de un presidente federativo, pero el daño ya estaba hecho.

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Rubiales es un personaje zafio. Su lustro al frente del fútbol español está jalonado por un escándalo detrás de otro. Me ahorro la lista de despropósitos, dislates y felonías que ha protagonizado este exfutbolista porque España no tiene otro tema de conversación desde el domingo pasado. Por más que lo intento, no recuerdo un asunto que haya suscitado tamaña unanimidad en la opinión publicada. De una punta a la otra del espectro político, el reproche ha sido firme y granítico. Como corresponde, ojo. Ni siquiera ha habido esta vez el habitual concejal de Vox saliendo por peteneras.

Una lectura en diagonal de cualquier texto en los periódicos o en internet de los últimos seis días arroja inevitablemente la presencia de la palabra Rubiales, ya se trate de un editorial, un reportaje sobre la España vaciada o una receta de carrilleras al vino tinto. Maldita sea, si me puse a releer capítulos sueltos de Rayuela para olvidarme de todo y de pronto me topé a Cortázar despotricando del motrileño. Inaudito.

No encontrarán en estas líneas la más mínima justificación de lo que hizo Rubiales en el palco, en el campo y después ante los micrófonos. Fue chabacano, soez y machista hasta la náusea. En sus cinco años al mando ha confundido una y otra vez la espontaneidad con la falta de estilo. Simplemente quiero anotar ahora en mi cartera la perplejidad que siento al ver convertido al Rubi en el anticristo global por lo ocurrido el domingo pasado, después de la ristra de desmanes que acumula y que no habían sido suficientes para que lo largaran los políticos, las mujeres, los hombres y todo el país que ahora está exigiendo su cabeza. El orden de prioridades es desolador.

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