Y entonces, bajo el fuego cruzado de misiles entre Irán, Israel, Bolaños, el juez Peinado, Ábalos, Kiev, Moscú, Santos Cerdán, Mark Rutte, Pedro Sánchez, Trump, ... el BBVA, el Sabadell y la portería de Courtois, emerge como una rosa tardía de primavera el rostro de la Macarena, la faz de la Madre de Dios, la cara a la que unas manos impías y bastas como un yogur de morcilla le han robado el alma, la han transfigurado en un nosequé que ya no es la Macarena sino otra cosa.
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El asunto trae de cabeza a una marabunta de fieles que no dejan de acudir al templo a intentar buscar una y otra vez la cara que ya no está pero que sigue en las estampas, en las fotografías, en los cuadros que presiden tantos altaricos y millones de corazones ahora devastados, inquietos y rebosantes de preguntas. ¿Qué han de hacer los adeptos a la Macarena? ¿Volverle la espalda? ¿Cambiarse de Virgen como quien se cambia de camisa? ¿Pasarse al Gran Poder? Pues claro que no, pero entonces, ¿a quién le rezan, por quién suspiran, cuál era su madre hasta hace un minuto? ¿La talla masacrada o lo que trasciende más allá del continente? Lo del Ecce Homo de Borja seguro que les hizo mucha gracia pero lo de la Virgen entre las Vírgenes les ha arrasado como el fuego asola los bosques en verano. Unas pestañas demasiado largas, una piel más blanca de lo normal, unos ojos más entornados que antes y el mundo se vuelve del revés.
Nada es para siempre, ni siquiera los rasgos de la Macarena, ahora confusos y objeto de exámenes con microscopio, de dimisiones en la Hermandad y de un drama ciudadano nada desdeñable. 'Las cuatro caras de la Macarena en una semana', ha titulado un periódico de tirada nacional. Suena a miniserie de HBO, más que truculenta, trucurrápida, porque después de cuatrocientos años de vida han bastado apenas siete días para mudarle la cara cuatro veces a la Virgen.
Predica la fe cristiana la indisolubilidad del cuerpo y el alma pero también que, mientras llega el día de la resurreción, conviene colmar de atenciones al espíritu, una sugerencia que libremente interpreto como que el fondo es más importante que la forma, que la belleza está en el interior y que, por tanto, la Macarena es la Macarena con las pestañas de Lady Gaga y sin ellas.
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Monet pinto más de treinta veces la fachada de la Catedral de Rouen en diferentes momentos del día y del año para reflejar los cambios en su apariencia bajo distintas condiciones de iluminación. Lo hizo para demostrar que lo importante no era la catedral sino la luz, la atmósfera, el instante efímero, casi místico, que nunca jamás se va a repetir, como no se repite nunca el rostro inabordable de la Macarena en la devoción de sus fieles, sean cuales sean las manos que la insulten.
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