Gallinas jóvenes
Pedro Rollán esculpió el martes el resumen exacto de la mirada que la desgraciada mayoría de nuestra clase política nos dedica cada día desde sus puestos pagados por todos
Ha pasado desapercibido en el maremágnum de la semana pero no quiero que se vayan estos días sin anotar en mi cartera un lance parlamentario ... que nos concierne a los granadinos mucho más que las presuntas salpicaduras locales del caso Santos Cerdán y sus cuñados vernáculos. Me refiero, claro, a la frase pronunciada por el presidente del Senado el pasado martes mientras ejercía su labor desde el trono de la Cámara Alta.
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Les cuento por si no se han enterado. Ya habían dado las cuatro de la tarde cuando el popular Pedro Rollán conminó a sus señorías a que ocupasen los asientos para dar comienzo a la sesión. Los senadores (y senadoras, claro) hacían caso omiso de la petición del presidente o, por decirlo más finamente, se la sudaba lo que dijera el tipo del estrado. Estaban a sus cosas. Unos se sajaban la piel emocionados comentando el disco de Rosalía sin que ninguno se atreviese a decir lo que pensaba de verdad («es un coñazo de campeonato») para no resultar idiota. Otros, consternados, comentaban la ruptura sentimental de Los Javis y la comparaban con la separación de los Beatles, el último disco de Bertín Osborne y otros terremotos culturales de similar calado. Los más, sin embargo, contaban chascarrillos sobre la Paqui y sus gastos desmesurados en El Corte Inglés, debatían sobre qué hacer con Vinicius o se pasaban recetas para que las carrilleras salgan más tiernas que nunca la próxima Nochebuena. Cualquier cosa menos hacerle caso al pavo que una y otra vez les rogaba que ocuparan sus escaños y cerraran la boca de una vez.
Y en estas que el tal Pedro Rollán, cuarta autoridad del Estado tras Felipe VI, Pedro Quienlevaapedirperdonalfiscalgeneral y Francina, no se aguantó y le soltó al que tenía al lado: «Les importa tres pollas en vinagre», una frase tan escueta como esclarecida, poesía pura al servicio de la verdad, seis palabras que merecerían tallarse en el frontispicio del edificio del Senado. Qué digo del Senado, del Congreso, de los parlamentos autonómicos, de las diputaciones y de muchos ayuntamientos. Dicen que le salió del alma pero no es cierto. La frase brotó de la neurona más lúcida del presidente del Senado, de ese rincón insobornable donde la inteligencia se mantiene pura y que solo emerge en el momento preciso para salvar una vida o para salvar al mundo.
Pedro Rollán esculpió el martes el resumen exacto de la mirada que la desgraciada mayoría de nuestra clase política nos dedica cada día desde sus puestos pagados por todos. El presidente del Senado es madrileño, ágrafo y malhablado. Su frase tiene aroma granadino en cuanto que concede a las pollas un peso específico dentro de la expresión. Y aun siendo grave que sus señorías exhiban un desdén tan impertinente, más lo es que a los que estamos al otro lado, lo que hagan o dejan de hacer empieza a importarnos lo mismo: un puñado de gallinas jóvenes en ácido acético.
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