Se levanta el Albaicín, se levanta el Realejo. Una ola contra el turismo desaforado empieza a formarse allí, en el horizonte, y poco a poco ... irá avanzando, lenta pero segura, con el apoyo de los vecinos, en dirección a la playa de nuestras conciencias donde el día menos pensado, sin avisar, llegará al rebalaje con una altura aproximada de diez centímetros y será una más de las miles de olas que romperán ese día sin que el bañista, al que solo le preocupa que la lata de cerveza no se le caliente, mueva un solo músculo.
Publicidad
Apuesto la decimoquinta a que la palabra turista o sus derivadas no aparecen en 'El Quijote'. Tampoco me suena que Daniel el Mochuelo, Germán el Tiñoso y Roque el Moñigo se hiciesen ningún selfi cuando bajaban a buscar ranas al río. El ocio es un invento moderno, igual que los viajes, que antes eran cosas de Marco Polo o de gente con muchos apellidos. Ahora viaja cualquiera y el que viaja va siempre a los mismos sitios y entre selfi y selfi quiere bares y bares y tiendas y más bares. Algunos barrios de Granada lo disfrutan y lo sufren. Podría hacerse un esfuerzo para promocionar las visitas al Zaidín, las rutas guiadas por la Chana o las 'experiencias' gastronómicas en Joaquina Eguaras y aledaños, pero confieso que no acabo de verlo. Sería tirar el dinero.
El turista es tenaz, terco como un mulo, y sigue a la manada, y la manada le conduce a los mismos sitios, esas calles donde residen molestos vecinos o gente a la que el turismo se la trae floja pero que se ve obligada a convivir con él. Cuando salgo a turistear por ahí, algo en lo más hondo trata de convencerme de que esa gente a la que se le oye al otro lado de la pared no son ancianos que viven en el barrio sino actores. Los guías, las agencias o el ayuntamiento los contratan para darle una pátina castiza al viaje, para que todo encaje y uno vuelva con la sensación de que durante 48 horas ha sido uno más del Albaicín, de La Viña, de Montmartre o del Trastévere. Y todos tan contentos, sobre todo el que ve engordar su cartera.
«Yo he dejado de ir al centro de Granada los sábados. Se ha puesto imposible. No hay quien dé un paso. Es tan agobiante que todos los viernes cojo el coche y me largo a Sevilla a tapear por Mateos Gago o por la Alfalfa. Allí ya soy un turista más y no veas cómo cambia la cosa. Eso sí, ha habido fines de semana que me he vuelto sin comer». Vivimos encerrados en un laberinto de contradicciones. Una vez, por Plaza Nueva, la marabunta me aturdió de tal manera que tuve que sentarme en un banco, mareado, cuando vi pasar delante de mi cara la cola de la torre Eiffel.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión