A veces, por puro aburrimiento, quizás por curiosidad, me da por buscar cosas en internet. Cosas. Por ejemplo, cómo se desatasca un fregadero, quién quedó ... cuarto en el Tour de 1986 o qué famosos nacieron el mismo día que yo. Nací en 1973 y siempre que me topo con alguna efeméride de ese año la almaceno en mi memoria con cariño y trato de indagar sobre el suceso en cuestión por si un día me sale en el Trivial o en unas oposiciones.
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Aquel lejano año de hace medio siglo sucedieron, en octubre, muchas cosas dignas del olvido más perfecto, pero a mi memoria siempre afloran dos palabras cuando la cifra 1973 se cruza en mi camino: Yom Kipur. Mi hija vino al mundo el año del gol de Iniesta. Yo no tuve tanta suerte. Nací el mismo mes de aquella guerra y cincuenta años después sigo sin entender aquello. Ni lo de antes, ni lo de después, ni lo de ahora.
Cuando uno entiende algo es capaz de tomar postura, posicionarse, colocarse en un bando y defender un punto de vista. Hay gente que tiene una opinión para todo aunque no entienda de nada. Bienaventurados sean. A mí me sucede que, pese a dedicarme con anodina fortuna al género de la opinión, apenas me veo capaz de sostener un criterio sobre cualquier cosa por banal que parezca. A veces dudo hasta cuando me pregunta la hora. ¿Aquí o en Canarias?
Lo que está ocurriendo en Gaza… ¿qué es? ¿un ataque terrorista? ¿una guerra? ¿quiénes son los malos? ¿Hamás por sus abominables métodos sanguinarios? ¿Israel por el hostigamiento al que somete a la población palestina? ¿Son contradictorias ambas ideas? ¿Acaso complementarias? El maniqueísmo es una manera muy confortable de ser y estar en la vida. O conmigo o contra mí, blanco o negro, buenísimo o malísimo. Arrincona la duda y aleja los dolores de cabeza. Pero también lo es el relativismo radical, navegar siempre en la media tinta, en el sí y en el no, en el matiz y en la tibieza. Flotar como un corcho es una ventaja cuando caes al agua, pero en ocasiones no tomar partido es una forma de abyección.
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La única manera que se me ocurre de superar el dilema al que me empuja la indefinición es ponerme del lado de las víctimas, sean del bando que sean. Quizás resulte pusilánime, cobarde e insuficiente, pero no encuentro otro modo de abordar la película de miedo que se rueda cada día en aquellas tierras, un horror que le da la razón a la desoladora certidumbre que dejó escrita Marguerite Yourcenar: «La raza humana necesita quizás el baño de sangre y un paso periódico por la fosa fúnebre». Pena, penita, pena.
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