Todo ha sido lamentable. La inacabada etapa de la vuelta a España en Bilbao se ha llevado por delante muchas ilusiones. Entre otras, la ficción ... de que el País Vasco se había normalizado, democratizando sus comportamientos; de que Bilbao, la ciudad moderna, era un dechado de convivencia, lejos ya las violencias de los años del terror.
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Resultaba obvio que había mucho marketing en esa imagen. Las frenéticas bienvenidas a los terroristas o la ocupación abertzale de las fiestas desvelaban que algo no funcionaba.
El uso por la izquierda abertzale de la causa palestina (en la versión Hamas) ha llevado a una peligrosísima movilización, que buscó la ocupación antisistema del espacio público y puso en serio riesgo a ciclistas y espectadores. Ha demostrado que subsiste a raudales el odio social, que resulta fácilmente movilizable y que se busca romper las reglas de la convivencia. La protesta por Palestina proHamás derivó en una demostración de fuerza social de la izquierda abertzale.
Para que no haya dudas: Otegi, el caudillo de Bildu, se apunta el tanto: «el País Vasco ha demostrado una vez más que es un referente mundial por los derechos, la solidaridad y la libertad de los pueblos». Lo que ha demostrado es la capacidad batasuna de romper la convivencia y el adormecimiento de una sociedad bobalicona acostumbrada a que la manden.
Ibon Meñika, condenado dos veces por recaudar el «impuesto revolucionario de ETA» (extorsión económica de los terroristas,) ejerce de portavoz de las acciones «propalestinas». ¿Se ha convertido en pacifista? ¿Todo es cuestión de valoraciones? Pues a lo mejor. Ahora resulta que estos salvadores del pueblo cuentan con algún apoyo gubernamental. La ministra de Sanidad asegura que está orgullosa de esta respuesta. Al parecer no es la única.
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Sin entrar en el fondo de la cuestión, que no toca en este artículo, se ha producido una reacción violenta e inadmisible, sin una prevención policial eficaz ni un posicionamiento rotundo del gobierno, que no puede incurrir en estas frivolidades superficiales. Así, parecía que no podíamos caer más bajo en la supervivencia de comportamientos propios de los tiempos del terrorismo, ahora que los apoyan desde gobierno.
Sí podíamos. Lo ha conseguido un tal Kiko García, director técnico de la Vuelta, que ha asegurado que la presencia del equipo Israel «no facilita la seguridad de los demás».
El dictamen, una sinvergonzonería, pide que se retire el equipo señalado por los violentos. Recuerda al País Vasco de los tiempos en que se protestaba si en el edificio abría una sede socialista, pues era el amenazado (y no el terrorista) quien ponía en riego a los vecinos. Tampoco gustaba, por lo mismo, tener cerca a señalados por ETA. O se pedía a un profesor que no diese clase por ser objetivo de ETA, pues así ponía en riesgo a los demás. Esto no ocurría sólo en el País Vasco. También sucedió en Granada.
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Estamos donde estábamos, con una diferencia: ahora tienen aún más éxito los comportamientos que pueden demoler la convivencia.
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