Nos consumimos en el regate corto. Incluso cuando se toman decisiones que quieren ser de altura, se presentan como fruto de una pelea entre ministerios, ... como una forma de meterle el dedo al ojo de la oposición o como una ocurrencia presidencial, no como resultado de una política meditada, con un objetivo preciso y compartido al menos por el gobierno.
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Sucede así con el salario mínimo, la política fiscal, la variopinta política exterior (ni se intenta el conveniente consenso para las decisiones sobre Marruecos o Palestina), la defensa (fruto de la combinación de los deseos gubernamentales de escaquearse en la guerra de Ucrania y de demostrar que somos el apoyo más destacado)…
¿Marchamos hacia algún lado? Nadie sabe, pero lo hacemos con pasos erráticos luego glorificados por la verborrea publicitaria.
Es una política deslavazada. A veces, sirve para contentar a unos socios preocupados sólo por lo suyo y por demostrar su saña a España; otras, para demostrarse los más rojos y concienciados; y luego están las decisiones sin lógica perceptible. Quedan justificadas por el procedimiento de abroncar a la derecha y sugerir que la extrema derecha se opone.
No hay una estrategia que merezca tal nombre. Ha sido sustituida por discursos erráticos cuyo único propósito es mantenerse en el poder, bien cediendo a sus apoyos aprovechateguis, bien con los desatinos de los que se esperaban grandes réditos electorales, como el de dedicar el año para recordar a Franco y dividir más a la sociedad. Sólo han hecho un acto y se han olvidado, por su incompetencia o porque la remembranza dictatorial no renta tanto como pensaban.
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El momento histórico que vivimos da en antihistórico, anodino, perdido en menudencias. De pronto todo se centra en las furibundas prácticas sexuales de los dirigentes de Podemos y en los deslices socialistas. Hasta se habla sobre el «machismo» que perpetró el pelota o descerebrado que le dijo guapa a la vicepresidenta de gobierno. Nos hemos pasado semanas discutiendo sobre el beso delincuencial que dio un motrileño en Arabia. Se promete construir pisos, pero no hay capacidad de construir una mayoría que lo avale en el parlamento.
Todo son intentos fracasados, discusiones sobre asuntos marginales o calificaciones morales de nimiedades. Esta política sólo sirve para el consumo en las tertulias. Únicamente transcienden los intentos de quebrar la convivencia o de eliminar la independencia de instituciones que deberían ser independientes.
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¿La principal gesta del gobierno es arremeter contra Ayuso y su entorno? Cuesta entender que la clave de la política española, salpicada de agujeros y parásitos, sea el gobierno de la comunidad de Madrid. El poeta llamó a Madrid «rompeolas de todas las España», pero cabe dudar de los conocimientos literarios de nuestros próceres y, si vamos al caso, de que sepan qué es un rompeolas y, si lo saben, de su comprensión de la metáfora que lo coloca en Madrid, donde no hay olas ni llegan las mareas, concepto este (el de las mareas) que quizás se les haga cuesta arriba.
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