Puerta Real

Rebelión impostada

Tiene un problema: por lo común, su mundo alternativo ha sido asumido por la sociedad hace bastantes años

Manuel Montero

Jueves, 18 de julio 2024, 23:14

El colmo de la modernidad de hoy es mostrarse rupturista, crítico con la rémora del pasado, progre en todos y cada uno de los aspectos ... de la vida social. Conviene pasar por antisistema utilizando la neolengua políticamente correcta, llena de resiliencia, transversalidad y empoderamiento. Además, debe mostrar desprecio por lo que había antes, referirse a ello con altanería, aborrecimiento, incluso chabacanería. Un sujeto alternativo –la forma actual del revolucionario– debe mostrarse rebelde con el pasado y con las convenciones establecidas o las que se imagina. Juega a su favor el hecho de que la moda es la ruptura, por lo que se sentirá más cómodo e integrado socialmente que un conservador, que ha caído en desgracia.

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Tiene un problema: por lo común, su mundo alternativo ha sido asumido por la sociedad hace bastantes años. Puede echar pestes de la homofobia, del racismo, de la discriminación sexual, pero salvo reductos cada vez más marginales son antivalores repudiados social y colectivamente desde hace mucho tiempo.

El neolenguaje políticamente correcto, farragoso, no hace sino radicalizar expresivamente valores comúnmente aceptados, presentados como novedad, e imaginar que a partir de ahí generan grandes rechazos. Por eso los nuestros son revolucionarios de salón, rebeldes sin causa, paramarxistas universitarios, que tienen que recurrir a los imaginarios ficticios de actitudes antediluvianas, sugiriendo (o afirmando) que son carqueces extendídisimas hasta que llegó a redimirnos la nueva progresía, que ha descubierto el mundo. Lucha contra represiones franquistas que no existían ya en la fase final del franquismo, la etapa desarrollista.

Sin embargo, como ahora la construcción imaginaria se impone sobre la realidad, el rebelde alternativo no necesita enterarse de lo que hay (ni de lo que ha habido). Desplegando un adanismo basado en la ignorancia y el narcisismo, le vale repetir cuatro eslóganes e inventar la imagen de un pasado tenebroso y difundirla. Tiene, además, su coartada: cree que la sociedad está segmentada en compartimentos estancos y que existe como miasma sólido, bien forjado, un contramodelo de la derecha y ultraderecha que sostiene todas las antiguallas represivas que se le puedan ocurrir (al progre). No es verosímil que conozca el terreno ni que en realidad haya encontrado a nadie que sea antidivorcio, rabioso racista (haberlos haylos, pero afortunadamente no forman esos grupos de contornos nítidamente definibles que se sugieren), partidarios de agresiones sexistas (otrosí), etcétera. No importa: el mayor logro de la revolución alternativa –lo que la hace inocua, aunque pesada– es la construcción imaginaria de un mundo fantasioso, que fija arbitrariamente. Son antifranquistas de un franquismo que dejó de existir hace medio siglo, cuyas líneas fundamentales se las van inventando.

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El logro de la generación anterior fue la ruptura con el franquismo. La actual ha conseguido inventarse un franquismo que les persigue, a ellos que no lo han vivido. La historia reciente de España plantea dos misterios. Primero: que durante el franquismo los antifranquistas fuesen la excepción, no la norma. Segundo: que medio siglo después el país se haya llenado de antifranquistas. Los que faltaron entonces.

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