Mundo artificial

Hasta los dependientes parecen vestir lo mismo y decir las mismas frases

Jueves, 23 de octubre 2025, 23:04

Cuando llega a cualquier lugar la tienda de una marca de postín, de las conocidas nacional o internacionalmente, una oleada de placer recorre a la ... ciudad, que se ve elevada a primera categoría. Así se van llenando nuestras calles de comercios repetitivos, replicantes, lo mismo da que uno esté en Granada, Gijón, Bilbao, o en un barrio de Madrid o Barcelona. Se repiten las marcas, las tiendas, las ropas, las pizzerías, las hamburgueserías... Hasta los dependientes parecen vestir lo mismo y decir las mismas frases, no muy distintas a las que encontramos en otros países.

Publicidad

Globalización era, al final, hacernos todos iguales. Las murgas separatistas que hablan de la identidad de diversos pueblos de la península son una forma de hacer el ridículo o tener ganas de incordiar. Nos parecemos cada vez más, en costumbres, lenguaje, vestimentas y formas de vida, a su vez similares a los de otros países, en general adoptando el modelo americano. En unos días celebramos Halloween.

Esa sutil continuidad urbana que recorre el país y supera fronteras confiere a los lugares y paisajes un carácter cada vez más impersonal e incorpóreo. Viajamos y a miles de kilómetros encontramos réplicas del punto de partida.

Hasta las artesanías locales se van pareciendo, muchas fabricadas en China o Vietnam, como las elegancias de aire francés o italiano.

Las peculiaridades de las comidas (y bebidas) se diluyen, sustituidas por la pasta, los menús orientales y tres o cuatro platos específicos, de origen mexicano, comida rápida o algún embutido, quizás este de evocación nacional, superviviente en la dura lucha con arroces tres delicias, antipastis y ensaladas César. ¿Es una ventaja que aquí, en Pernambuco, Cáceres, Soria, Múnich o San Petersburgo podamos pedir exactamente el mismo whisky, refresco o ginebra?

Publicidad

Lo cierto es que la homogeneización internacional sólo nos incomoda para la queja teórica, por lo demás la disfrutamos. Es cierto que en Alemania hoy en día cuesta encontrar una salchicha alemana o que en Inglaterra resulta también más sencillo comer espagueti al curry que los platos locales (si quedan), pero lo damos por bueno, casi una mejora en nuestra calidad de vida.

La conquista de esta fluidez para insertarnos vitalmente no se debe a que haya mejorado nuestro acerbo cosmopolita y manejo en culturas diversas, sino a una homogeneización de gustos inducida mercantilmente. Antes existía el viaje, después el turismo que te permitía conocer otras formas de vida; ahora se va convirtiendo en desplazamientos físicos para visitar lugares en los que suceden las mismas cosas de parecida manera: despedidas de soltero, colas enormes para entrar en museos y catedrales que se recorren apresuradamente, distintas versiones de entretenimientos y chiringuitos.

Publicidad

Hasta te ofrecen aventuras que quedan algo desventuradas, pues ya está tasada la excursión azarosa, eliminado el azar o cualquier contingencia de las que antes daban interés a la peripecia. En el nuevo mundo opaco y prefabricado por expertos en convertir lo extraordinario en ordinario, una aventura ya casi se identifica exclusivamente con engañar a la pareja.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad