Puerta Real

Historia del futuro

A lo largo de la historia gran parte de los esfuerzos intelectuales han preferido imaginar los desastres finales, no proyectar porveniresmás o menos dichosos

Jueves, 4 de diciembre 2025, 23:17

En la sociedad tradicional, el futuro no jugaba un papel relevante. La humanidad penaba en la tierra –este valle de lágrimas– y lo importante era ... el más allá, el tránsito a la eternidad. Aquí, bastante tenían con asegurarse la salvación.

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Es verdad que se escribieron algunas utopías, pero eran eso, mundos imaginarios, no vaticinios de lo que vendría. Para eso ya estaba el apocalipsis, bien descrito en la Biblia. A lo largo de la historia gran parte de los esfuerzos intelectuales han preferido imaginar los desastres finales, no proyectar porvenires más o menos dichosos.

El futuro como tal entró en nuestros planteamientos culturales a partir de los progresos técnicos del siglo XVIII y de la Ilustración. Desde entonces se puede trazar la historia del futuro, tal y como lo han ido imaginando las distintas generaciones y tendencias.

Hubo muchos futuros imaginarios, pensados para su desarrollo en este mundo, no con vistas al juicio final, pero inicialmente pudo la idea ilustrada del progreso: la humanidad avanzaba, la sociedad sería mejor gracias a las nuevas técnicas y sobre todo a la difusión de la educación. También tuvo sus lecturas políticas, que lo asociaban con los avances de la libertad y la igualdad, si bien en esto fue menor la unanimidad, tras las escabechinas que acompañaron a los procesos revolucionarios, que entusiasmarían a los partidarios, pero perturbaban a sus víctimas, colocadas en el lado equivocado de la historia.

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Las distintas ideologías –liberales, demócratas, anarquistas, comunistas, socialistas…–que componen nuestra historia contemporánea imaginaron diversos futuros, contradictorios entre sí, pero todos los identificaron con el progreso: un mundo mejor, que todos se encargarían de traernos. No obstante, no faltaron quienes recelaban de estos futuros venturosos, advirtiendo, por ejemplo, que las mejoras de la industria armamentística, que permitían matar con más facilidad a mayores contingentes, no podrían considerarse progreso. Y había ideologías que anunciaban el paraíso, pero lo hacían a costa de aplicar fórmulas desalmadas, que admitían la posibilidad de defenestrar pueblos y grupos sociales completos. Si ese es el progreso, que me quede como estoy: el escepticismo parecía justificado.

Si abandonamos el orden ideológico y nos situamos más a pie de tierra, nos encontramos los futuros que imaginaban las sucesivas generaciones. Por ejemplo: hacia 1900 suponían que en el futuro habría ferrocarriles más rápidos, buques mayores, mejores conexiones telegráficas, etc. Es decir, que las técnicas que existían ya se desarrollarían espectacularmente. Pero no atisbaban cambios profundos, los que vendrían del automóvil, el avión, los electrodomésticos, etc.. Creían en la mejora de su sociedad, no en su transformación profunda.

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Y así sucesivamente. Hacia 1950 la ciencia-ficción incorpora el concepto de ordenador, como un «cerebro electrónico» al que se podría consultar, pero sin atisbar la existencia de ordenadores personales y la revolución social que han supuesto las nuevas tecnologías de la comunicación. También la inteligencia artificial nos ha cogido a casi todos por sorpresa.

Podemos seguir la historia de los distritos futuros imaginados. Nos demostraría las dificultades que tenemos para planificar el porvenir.

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