En esta era posmoderna tienden a confundirse, pero hay una diferencia definitiva entre la ficción y la realidad. Aquella es verosímil y ésta confusa, a ... veces increíble. Por lo común la ficción es producto de una mente creativa que quiere forjar historias posibles. En la ficción todo sucede por algo. Mueren malos (o buenos) a tutiplén, pero tienen una función argumental y una causa justificada, sea el castigo, la venganza, el sadismo o el error.
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El héroe de ficción muere (o mata) por un motivo. Cumple un papel en la historia. Las fábulas están dotadas de una lógica aplastante. Al final, viene el lobo y se come a las ovejas.
La realidad es otra cosa, más aleatoria, arbitraria e inconsecuente. La gente casca por circunstancias insensatas, los enfermos lo son a regañadientes –sin esa aceptación heroica de las películas americanas cuando les dicen que les quedan cuatro días–, hay sujetos que pretenden ser homéricos y sólo son vanidosos y narcisistas, conviene no escarbar.
Con frecuencia, la gente tiene como referencia el mundo fabuloso de la imaginación y no la realidad, en la que los avatares suceden a su aire. Cree vivir en la épica, casi onírica. Quiere imitar a la ficción y se atribuyen una lógica que, a fuerza de pretenderlo, se convierte en impostura. No es cierto que aquel Honorable de triste memoria tuviera una fuga heroica, sino de dibujos animados o película serie B en la que se tumba en un coche para ocultarse. A lo mejor en la ficción actúa con una lógica impecable, indiscutible, si el sujeto es el bueno (porque la ficción va muy condicionada por la naturaleza moral del personaje). En la ficción no hay menoscabo de dignidad si al bueno lo han condenado a galeras y aguanta meses de latigazos hasta que, como Ben Hur, salva heroicamente al senador romano que luego lo adopta. En la realidad no llegaría a galeras ni a látigos, pero tampoco a heroísmos: sólo ir asustado en el coche, poco digno si quieres hacer una revolución.
En la realidad no suceden los avatares mágicos, aunque seas catalán o socialista. Puedes creerte libertador de pueblos modelo cinematográfico, pero no has pasado de ser un funcionario bien pagado dispuesto a discriminar al que no hable tu idioma. Prepotencia y fanatismo no son admirables.
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La confusión entre realidad e imaginación hace estragos.
Cabe también creerse socialista antifascista luchando heroicamente contra la derecha y ultraderecha –este es el fundamento de esta coyuntura histórica desde el punto de vista gubernamental– sin pasar de ser un fanatizado capaz de cubrir los desmanes de los propios, despreciar las previsiones constitucionales y elogiar a exterroristas. Tal expresión no deja de ser un oxímoron porque este ex mantiene el sustantivo, lo mismo que se puede perdonar a un asesino y dar por bueno el cumplimiento de su condena, pero eso no le quita la denominación, sobre todo si está orgulloso de sus matanzas e ignora qué es el arrepentimiento. El oficio no prescribe.
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