En el discurso están desapareciendo los matices. Todo es blanco o negro, bueno o malo, colapso mundial o paraíso, Sánchez o el infierno, el progre ... inmaculado o la perversa Ayuso y su familia de facinerosos. Nuestro lenguaje escapa de la realidad. Vivimos entre gamas difusas e incertidumbres, pero las nuevas jaculatorias buscan ahuyentarlas. Las palabras están hechas para transmitir tonalidades, comunicar la riqueza del lenguaje y desvelar la complejidad de la realidad. Aquí nos sobra casi todo el diccionario.
Publicidad
En el habla pública desaparecen los claroscuros, las gradaciones, las dudas. Es de temer que lo mismo suceda en nuestras mentes, puesto que el pensamiento es lenguaje. O que la evolución de nuestra mentalidad nos lleve precisa e inexorablemente a la simplificación dicotómica. Al convencimiento de que vivimos en la orilla buena frente a la margen opuesta, la de la perversión, que está al otro lado del río.
¿Y si no es un juego retórico o mero electoralismo? ¿y si el presidente del gobierno, al dividir el mundo entre los progres y la derecha/ultraderecha, dice lo que piensa y realmente es esa su composición mental del mundo? Recorre un escalofrío sólo de imaginar que tenga esa concepción bipolar de la realidad, y que ignore que hay posiciones intermedias, el lugar de los desconciertos, los sitios en los que nadie está en posesión de la verdad (ni de la mentira), los espacios de las dudas: lo que es la realidad humana, al menos antes de que llegaran estos seres prodigiosos que dominan la política española. Entes de luz.
Es el signo de los tiempos. Hoy no se profundiza en los conceptos, se les supone triviales (aunque de ellos dependa el funcionamiento social), pompas de jabón. Sobran los argumentos, los matices. Manda el eslogan. «Estamos contigo», «somos como tú», «estamos cerca de la gente»; y, lo que no se dice expresamente, pero está implícito y lo resume todo: «no somos como esos cabrones». El ciudadano -también concebido como una etérea diafanidad, una nube de forma humana que vuela a donde le empuja el viento-sabrá entender, pues está avezado a la presencia del enemigo.
Publicidad
Suponiendo que el presidente, al fin y al cabo un tipo raro, tenga ya semejante tara intelectual que le impide ver los grises y le hace creer que está siempre en la verdad y suponiendo que tal lacra no es contagiosa, cabe asombrarse de las decenas de diputados y senadores que parecen compartir sus alucinaciones, aplaudiendo como descosidos, a veces a carcajada limpia, celebrando como discurso de altura cuatro frases ramplonas y deslavazadas, no siempre gramaticalmente correctas. ¿Lo hacen sólo por demostrarse el más pelota -y hacer méritos- o, a fuerza de seguir al profeta laico van reduciendo sus perspectivas intelectuales a las de ratón que da vueltas en una noria que está dentro de la jaula? Habrán llegado a la conclusión de que la eliminación de matices y la completa asunción del pensamiento tosco son las cualidades imprescindibles para avanzar políticamente. Dan miedo.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión