Sólo nos falta que nos digan que tenemos una «corrupción sostenible», a diferencia de la anterior, que aquello era insostenible. Ahora nos roban por nuestro ... bien, aquellos por el suyo propio: intereses colectivos frente a enriquecimiento personal. Los EREs frente a la Gürtel.
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Esta sería la justificación añorada, la que enfrenta al bien con el mal, la expresión definitiva de la superioridad moral del progresista. Lo malo es que semejante solidaridad transversal no encaja con las maneras de los corruptos o corruptores actuales, que lo eran sin medida, vicios al margen, con la excusa de que son nobles y «de izquierdas». La pretensión de que las grabaciones están creadas por inteligencia artificial no cuela: parece imposible que la inteligencia artificial haya llegado a ese grado de crear lenguaje cutre, soez, de inventarse situaciones sórdidas y mordidas a mansalva. Como mínimo, sería más inteligente.
Así que la corrupción sostenible resulta insostenible y está masacrando al gobierno, cuya credibilidad está por los suelos. No cuela que el presidente estuviese en Babia y si estaba es todavía peor, porque dijo venir a redimirnos de los robos de políticos pero o bien no tiene capacidad o pasa del asunto.
El término sostenible se apoderó de nuestras vidas hace unas pocas décadas y se usa ya para todo: desarrollo sostenible, tensiones sostenibles, digitalización sostenible, gastronomía sostenible, etcétera. Surgió para indicar que en economía y ecología algo se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos ni causar daño grave al medio ambiente. Ahora todo se dice sostenible. Por eso viene al caso, entiéndase como ironía.
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Esto nos lleva a la otra cara de la misma moneda. ¿Tenemos un gobierno sostenible? Es harina del mismo costal. La sostenibilidad de un gobierno no depende de su oratoria buenista ni de los llamamientos retóricos, sino de los votos y de la credibilidad.
Cuando la credibilidad se convierte en insostenible, doblan las campanas.
El repique del duelo llega hoy envuelto en un guirigay confuso, ante el cúmulo de noticias desastrosas, sea por grabaciones entre socialistas, peticiones de dimisión, decisiones del constitucional que se consideraban inconstitucionales, detenciones, registros de domicilios, perceptible miedo de los entornos a que les toque, declaraciones de Anais, Jessica…
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Una de las consecuencias más grotescas del espectáculo es que al parecer el presidente ha optado por la escenificación personal del héroe nacional para levantar vuelo. Es la única explicación de su actuación pintoresca en la OTAN. Es como si la política exterior dependiese sólo de sus tribulaciones y justificase ese «dejadme solo», con desplantes retóricos a Trump, firma lo que le dicten y promesas de no cumplir lo firmado, junto con fotos del presidente cabreado y solitario. Resultó risible, las cosas como son, y se vio cómo sus colegas presidenciales se cachondeaban de la pataleta.
La corrupción no es sostenible ni cabe pensar que se olvide con exhibicionismos personales presuntamente épicos. ¿Por quién doblan las campanas? Ya es sabido: doblan por nosotros, que pagaremos el desfalco e indemnizaremos a los atracadores.
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