Puerta Real

Asuntos exteriores

Los gobernantes se ponen en marcha para dejar su impronta sin estudiar ni comprender el problema sobre el que caen, con improvisación y superficialidad

Manuel Montero

Jueves, 30 de mayo 2024, 23:33

La relación de los gobernantes españoles con la política exterior es singular. Con alguna frecuencia, quieren lucirse internacionalmente, pasar por grandes líderes mundiales, estadistas a ... los que les quedamos pequeños. Como suelen carecer de experiencia en la materia y se muestran torpes, los resultados de esos arranques son más bien lamentables, no siempre beneficiosos para los intereses españoles.

Publicidad

Es una de las cruces que llevamos. Se ponen en marcha para dejar su impronta sin estudiar ni comprender el problema sobre el que caen, convencidos de que su presencia tendrá un efecto talismán. Inspirados por algún furor ideológico, ignoran que las acciones tienen efectos colaterales, a veces perjudiciales. Es decir, actúan en la política exterior con la misma improvisación y superficialidad que en los asuntos interiores, pero se les nota más, por la mayor exposición.

En esto lo mismo da la izquierda que la derecha. Recuérdese a Aznar cuando la guerra de Iraq, actuando como si fuésemos una potencia mundial y él un gran estadista, contradiciendo las evidencias cotidianas; o la alianza de civilizaciones que se sacó de la manga Zapatero, que en política exterior era otro caos, entre la aproximación al bolivarismo y las pretensiones de protagonismo europeo.

La política exterior de España presenta una falla inicial: no están definidos ni consensuados los intereses internacionales de España. Así, los gobiernos actúan sin contar con la oposición. De ahí resulta una política exterior errática y veleta, al albur del partido de turno. El procedimiento limita la posibilidad de compromisos a largo plazo y fulmina la credibilidad diplomática de España. El reconocimiento de Palestina, una improvisación de raíz ideológica que encaja con la aspiración presidencial a presentarse como gran estadista mundial, tiene, entre otros, un fallo de raíz: aunque es decisión de calado, no está consensuada con el principal partido de la oposición, como resulta exigible en las decisiones que en su momento habrán de ser gestionadas por los hoy tratados con desdén. Por mucho que violente a la arrogancia propia de los presidentes metidos en harina internacional, esta es una cuestión en la que siempre deberían ir con la oposición, no para exigirle plegamiento sino para consensuar decisiones. Se evitarían ridículos internacionales.

Publicidad

Llama la atención, también, que en vez de definir y defender los intereses internacionales de España –alguno tendremos– y tender alianzas para protegerlos, a la menor excusa se lanzan a arreglar problemas del mundo que llevan enquistados décadas y que no parece verosímil lo solucionen a fuerza de improvisación, sin experiencia, sin conocimientos específicos y con sólo algún cliché ideológico. Cabe recordar que cuando la conjunción planetaria Obama-Zapatero (así lo dijeron) se plantearon arreglar el problema de Israel e ¡incluso el de Chipre! Jactancia obliga. Ahora, toman decisiones drásticas sobre Marruecos, Colombia, Venezuela, Argentina o Israel, con medidas imprevisibles y a veces manifiestamente torpes, reprochando a la derecha/extrema derecha que no apoye las iniciativas del estadista que nos lleva por vericuetos ignotos de una política exterior creativa. Que la ignorancia y fatuidad no nos frenen.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad