No tiene un pase la afirmación presidencial de que estamos viviendo un proceso impresionante de transformación (¿) y de que tenemos el gobierno más progresista de ... Europa –suena a humor negro, a un mal chiste sobre Alí Babá y los cuarenta,,,–. Por eso, su argumento central para justificar su supervivencia política es sólo uno: tiene que quedarse (¿sacrificarse?) para evitar que vengan la derecha y la ultraderecha.
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El concepto es dañino, tóxico. Forma parte de la naturaleza de la democracia la alternancia de poder y los cambios periódicos que suele decidir la ciudadanía. En España se han venido produciendo cada seis/ocho años, tras los catorce de Felipe González, una duración excepcional. Después se han sucedido Aznar, Rodríguez Zapatero, Rajoy y Sánchez de forma más o menos regular, salvo el guirigay del paso de Rajoy a Sánchez.
Ha habido relevos, a la izquierda ha sucedido la derecha, a la derecha la izquierda sin que se haya hundido el mundo; no se entiende ese mensaje agónico que presenta la alternancia como un desastre apocalíptico. Apocalipsis sería imaginar que hemos llegado al gobierno de los mil años.
Es difícil concebir una democracia sin alternancias de gobierno. Los periodos largos de un partido en el poder generan clientelas, corrupciones, vicios de gestión. Recuérdese el largo período de los socialistas en Andalucía, que parecían sempiternos y que la patrimonializó políticamente, generando altanería y servilismos. Llegó el cambio y no se produjo el hundimiento anunciado y por sí mismo el cambio aireó el ambiente político, siquiera por demostrar que los partidos deben ganarse el poder. Eso sí, una victoria electoral no es para siempre.
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En esto consiste la democracia.
Por otra parte, cuesta entender el mantra sanchista como si la alternancia fuera la llegada de Satán. En realidad, la experiencia demuestra que las coincidencias entre PP y PSOE son acusadísimas, sí se quita el insulto barriobajero. Tienen estilos diferentes, pero comparten el mismo modelo social, pese a los recientes juegos retóricos anticapitalistas del PSOE, no suelen discrepar seriamente del modelo constitucional ni de la necesidad de participar en la UE. Hay mucho griterío sobre las pensiones, pero después el Partido Popular no enmienda las decisiones socialistas, etc..
Es verdad que resulta la molesta la aparición de Vox, pero Podemos, Sumar, Junts, PNV y Bildu, actuales apoyos del PSOE, suelen mostrar mayores recelos anticonstitucionales y alguno de ellos tiene el objetivo expreso de quebrar la unidad nacional. ¿Lo uno por lo otro? Así será mientras no exista un compromiso de los dos principales partidos sobre no apoyarse en partidos extremistas para mantenerse en el poder. El acuerdo no está ni se le espera, por lo que la alternancia puede consistir en la alianza PP con Vox que horroriza a Sánchez, satisfecho de su pacto con Bildu, cuya desfachatez le ha llevado a afirmar que ellos no se han corrompido nunca. ¿El mal llamado impuesto revolucionario no era corrupción, la coacción violenta tampoco? Se dicen cosas inverosímiles e inconcebibles. ¿Cuál será la siguiente barbaridad?
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