La Zaranda

No paran de ensuciar

Existe un afán por ofertar el espacio público al aire libre como ocio. Pero de ahí a que toda una plaza, calle o paseo se ocupe por una horda de bebedores puede que exista un término medio y el sentido común

Manuel Molina

Jaén

Sábado, 8 de abril 2023, 23:08

Acaba la Semana Santa que aunó la ausencia de precipitaciones para mayor esplendor de la profusión barroca, cada vez más barroca; tanto que se vuelve ... rococó en su retorcimiento y acumulación, con las ganas que había si tenemos en cuenta los últimos anómalos años. Casi añora uno la sobriedad castellana después de la ola que invade de sevillanismo territorios donde nada tenían que ver con ese peculiar modo de interpretar un desfile procesional, ahora denominado 'estación de penitencia', peculiar modo en algunos casos de interpretar tal significado, o yo me he perdido algo. La gente ha disfrutado con rezos, creencias, procesiones, folclore y también bebiendo y comiendo.

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Hay una riquísima y extraordinaria variedad de cocina semanassantera con potajes de verduras, de bacalao, también frito, albóndigas de merluza o pintarroja, ensaladillas y huevos rellenos y qué decir de pestiños, empadillas y torrijas. Lo llevamos puesto, sobre todo, en el abdomen. No olvidemos que la primavera está a la vuelta de la esquina y los aires y aromas nos encienden el entusiasmo.

Cuenta un conocido que una de estas noches pasó por una calle recién estrenada y donde habían colocado la escultura en homenaje de un personaje histórico que luchó mucho por las libertades. Frente a este se encuentran dos locales de moda para el bebercio nocturno. Dos de la mañana. El narrador se encuentra a varios jóvenes cubata en mano en la calle aporreando la escultura recién inaugurada. Se dirige a ellos para recriminar su actitud y comienzan a dedicarle improperios in crescendo, tanto que como es obvio decide dejarlos con su berreo. No obstante, se lleva una buena retahíla de insultos de los cabestros.

Al día siguiente paseo con mis perros y encuentro los aledaños llenos de vasos, vomiteras y orines por fachadas que son monumentos protegidos. El pobre homenajeado también amanece acompañado de los útiles para la borrachera, pese al esfuerzo de operarios municipales. Es fácil seguir el rastro, como un CSI, de lo que ocurriera la noche anterior. Pero no son solamente los infantes bebedores.

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Existe un afán por ofertar el espacio público al aire libre como ocio. No soy idiota y entiendo que vivimos en el sur y no en Copenhague. Pero de ahí a que toda una plaza, calle o paseo se ocupe por una horda de bebedores maduros puede que exista un término medio y el sentido común. Hemos convertido nuestras fiestas en un botellón legal. No se trata del espacio donde se celebraba oficialmente un sarao, sino que todo el personal -oferentes y ofrecidos- se lanza a beber y ensuciar como una secta dionisíaca. Sirve para ello la Navidad, los puentes festivos, la Semana Santa, fiestas patronales, ferias variadas o cualquier excusa como pudiera ser un simple sábado. Hemos decidido comportarnos como cerdos y se ha propagado tanto la acción, que ya resulta casi imposible reconducirla. La cerdada ha crecido sin límite ni freno. Han malentendido aquello de la calle es nuestra y lo público de nadie.

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