Imagen de archivo de unos vecinos tomando el freso en la puerta. Ideal
La Zaranda

Las noches al fresco

Las calles y plazas o aceras se están transmutando cada vez más en algo entregado a lo útil, y por ello entendemos que deben dar productividad.

Manuel Molina

Jaén

Sábado, 9 de agosto 2025, 22:59

Hubo un tiempo de calma que brotaba en las calurosas noches del verano. En la puerta de las casas o en las plazuelas los vecinos ... se juntaban al caer el sol, cada uno con su silla, en torno a un espacio sin pretensiones, dispuestos a esperar una tregua de fresco mientras se hablaba de lo divino y de lo humano. En aquel instante no lo entendía en su trascendencia, pero lo disfrutaba en una inusual libertad porque a la chiquillería se nos permitía el trasnoche que daba pie al juego por los aledaños. Y no llegué a valorar hasta mucho más tarde, pasado el tiempo, que no hacer nada acompañado era un gesto social y enriquecedor. Me vienen como recuerdo los versos de Antonio Machado: «Siento en la noche,/ llena de aromas,/ la tibia paz del estío». Leo hace poco que los porches de las casas americanas, esos que conocemos por las películas, como el de Clint Eastwood en 'Gran Torino', donde se sentaba el personal tan solo a ver pasar la vida, están desapareciendo. Los urbanistas consideraron que no servía porque allí la gente no hacía nada, salvo pensar. Los quitaron. En nuestro caso las veladas espontáneas perecieron ante el imán novedoso y atontador de la televisión, los ventiladores y las generaciones que consideraron aquello propio de otra época.

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Existe otra imposibilidad para salir a tomar el fresco. Las calles y plazas o aceras se están transmutando cada vez más en algo entregado a lo útil, y por ello entendemos que deben dar productividad. Han proliferado las terrazas de verano y han invadido el espacio de los peatones, de la ciudadanía. La gente puede salir a tomar el fresco pero debe consumir, ya que se acota cada vez el territorio público para sentarse sin más. El tráfico de coches y endiabladas motocicletas o patinetes eléctricos, tampoco favorece estar sentado, a lo que se añade la televisión que continúa, sobre todo en los mayores, con su imantación en sala de estar con aire acondicionado. Leía hace poco una anécdota que contó en redes mi amigo el pintor Faustino Castillo, que sale aún a tomar el fresco con un grupo de personas. Pasó por allí la actriz Silvia Alarcón, del grupo sevillano Atalaya, que actuaba en el pueblo, y se quedó fascinada de que alguien todavía estuviera practicando lo de tomar el fresco. Pidió permiso tras presentarse y se quedó charlando animadamente con el grupo hasta que tocó la hora de ir a la función, había vuelto a su infancia a una costumbre que creía extinta.

Dan ganas de unirse cuando descubro aún un grupo de personas, casi siempre mayores, que salen a tomar el fresco. No son conscientes de su revolución, de que su costumbre es un gesto de resistencia ante el materialismo unificador de que todos deben repetir el modelo que propicia entontecer y consumir adecuadamente, una defensa callada y continuada ante el individualismo ramplón. No hacer nada también puede hacer pensar y eso en grupo puede ser peligroso.

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