Cicerón era temido como orador, cuando hablaba mortificaba a sus adversarios con expresiones hirientes, pero nunca ofensivas, ni difamatorias: por tal circunstancia potenció el arte ... de la oratoria y ha sobrevivido como ejemplo a través de los siglos. No es nuevo el insulto en los parlamentos, en ocasiones ha quedado como parte de los debates fogosos y candentes que se han celebrado. Ahora bien, que se haya recurrido a la bajeza más simple sí que llama la atención. Para lanzar un dardo con elegancia se debe disponer de una notable inteligencia que propicie la chispa suficiente para que la lengua ordene con celeridad el pensamiento. Un ejemplo de manual reside en Winston Churchill, al que interpeló Lady Astor, primera mujer parlamentaria inglesa, con estas palabras: «Si usted fuera mi marido, le echaría veneno en el té». Esta ofensa fue respondida por el dirigente con la siguiente mala uva: «Señora, si usted fuese mi esposa… me lo bebería».
Publicidad
En el último episodio parlamentario, la elección de presidente del gobierno, tuvimos la ocasión de escuchar un lamentable insulto en boca de una presidenta autonómica sentada en las gradas. La presidenta de Madrid llamó «hijo de puta» al candidato que se hallaba en la tribuna de oradores. Puro estilo 'hooligan'. No había doblez, le salió del alma, no pudo siquiera echar mano de la inteligencia para acordarse dónde estaba, que no era la barra de un bar entre amigos o delante de una pantalla escribiendo en una red social.
Bueno, desde las bancadas hemos visto expulsiones como la de Pujalte (PP) o Rufián (ERC) como chulitos o matoncillos de barrio. Curiosamente y desde posiciones antagónicas se enfrascaron en años distintos en llamar, erre que erre, «fascista» a un ministro. El segundo obtuvo una respuesta sonada por parte de Borrell a quien iba dirigido el exabrupto: «Usted es esa mezcla de serrín y estiércol, que es lo único que produce».
Seguimos con el político inglés que tanto juego dio, de nuevo Churchill, que mostró ante una reiterada petición lo siguiente: «Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y tampoco quiere cambiar de tema». Vale lo mismo para la expresión forofo en política. Echamos en falta esa espontaneidad, insistimos fruto de la inteligencia labrada que provocó un sondado rifirrafe entre José Mª Gil Robles e Indalecio Prieto en las cortes republicanas en 1934, cuando el segundo atizó al primero desde la bancada con un «usted es de los que todavía lleva calzoncillos de seda» y este respondió: «No sabía que su señora era tan indiscreta». Entre esas 'lindezas' que tan bien recogió el admirado Luis Carandell en sus libros sobre el rico anecdotario del parlamentario español. Se quejaba Josep Plá, en su faceta de cronista político, de la falta de calidad de las cortes constituyentes de 1931 y añoraba a Maura o Romanones, decía que comparar tal época con aquella era una regresión y en ese Parlamento hablaban políticos como Ortega, Unamuno, Marañón, Alcalá-Zamora o Azaña. Si viera a la forofa.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión