E. P.

La belleza como protesta

En una sociedad que premia la inmediatez y lo efímero, detenerse a interpretar una línea de un poema no solo es anacrónico, es subversivo.

Manuel Molina

Jaén

Sábado, 19 de abril 2025, 22:33

En un mundo saturado de ruido acústico y moral, la búsqueda de la belleza se ha convertido en un acto de resistencia. Hace poco un ... amigo me recordaba unas palabras del singular Ramón Trecet del que tanto aprendimos de baloncesto y música. En medio del bullicio visillero de las redes sociales, de los discursos polarizados del «pues tú más» y el consumo acelerado de imágenes como un alimento basura más, detenerse ante algo bello no es un lujo superficial, sino una forma de protesta íntima. La belleza, en su forma más elevada, no grita, susurra; no impone, invita. Y en ese gesto sutil, profundamente humano, revela su potencial transformador.

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La filósofa Elaine Scarry, en 'On Beauty and Being Just', sostiene que «la belleza nos obliga a prestar atención». No se trata de una atención distraída o utilitaria, sino de una contemplación que exige tres claves con esfuerzo en nuestro presente: humildad, presencia y silencio.

En una sociedad que premia la inmediatez y lo efímero, detenerse a interpretar una línea de un poema, una armonía musical o la forma de una hoja en un árbol no solo es anacrónico, es subversivo. Porque lo bello, por definición, exige un tipo de atención que desarma las prisas y quiebra la lógica de la productividad. Chaplin no podía dejar de atornillar en 'Tiempos modernos'.

Otro filósofo, Byung-Chul Han, en 'La salvación de lo bello', denuncia cómo el neoliberalismo ha instrumentalizado la estética, reduciendo la belleza a una mercancía seductora. En respuesta, propone una belleza que «nos hiera y nos conmueva». No se trata de la perfección pulida de la imagen manipulada a conciencia, sino de una belleza que revela fisuras, que interpela desde lo considerado verdadero, lo esencial.

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En este sentido, buscar la belleza es recuperar una mirada que ha sido domesticada por el mercado y el algoritmo. Frente al ruido físico colonizador cada vez con más espacio, la belleza actúa como refugio, incluso frente al ruido moral, donde las opiniones se imponen con estridencia y la indignación se ha convertido en espectáculo, así, la belleza ofrece una ética alternativa: la de la mesura que proporcionan el silencio y la armonía.

No es casual que los totalitarismos hayan temido el arte y la belleza verdadera y profunda, no la de fachada y «arriquitáun». No se trata de idealizar ni de romantizar. La belleza no redime por sí sola, pero abre una grieta en el sistema. Nos ancla a lo real, nos reconcilia con lo que permanece. En tiempos de ruido y simulacro, ese anclaje es también una forma de disidencia.

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Buscar la belleza es un gesto profundamente político, no en el sentido partidista, sino en el sentido más antiguo de la palabra: el que tiene que ver con el cuidado de la polis, con el modo en que habitamos el mundo. En ese gesto silencioso y deliberado, encontramos una forma de resistencia que no necesita proclamas. Basta con mirar, escuchar y sentir, pura disidencia, aunque una mayoría no lo entienda.

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