Septiembre y el propósito de hacer política en serio

Septiembre es el momento de marcar objetivos. Que uno de ellos sea abandonar la política del enfrentamiento estéril y abrazar la política con mayúsculas. Esa que construye, la que escucha, la que propone y suma. Los ciudadanos no necesitan más circo; necesitan más acuerdos, más responsabilidad y coherencia. Necesitan sentir que sus representantes están a la altura de los desafíos que enfrentamos como sociedad

Manuel Martín García

Sábado, 13 de septiembre 2025, 21:41

Septiembre marca el inicio de todo. El verano, con su caos liberador, sus horarios relajados y su albedrío, llega a su fin. Vuelve la rutina, ... el despertador madrugador y los atascos que nos anclan a la realidad. Es el mes de la planificación, de las promesas de cambio y de las buenas intenciones: apuntarse al gimnasio, dejar de fumar, retomar el curso de inglés... y, por qué no, también hacer política de verdad. Este mes nos ofrece una oportunidad inmejorable para resetear, para dejar atrás los vicios de un ciclo agotador y para abrazar una nueva forma de entender la vida pública.

Publicidad

Cada año, el curso político arranca con la misma expectativa, pero también con la misma inquietud. El deseo de muchos ciudadanos es claro: que no empecemos con los mismos problemas de siempre. La crispación permanente, el cortoplacismo electoral, el ruido constante, las estrategias de desgaste mutuo y los señalamientos son un bucle infinito que ha agotado la paciencia de la sociedad. ¿Acaso no hemos aprendido nada de los ciclos anteriores? La política no puede ser una telenovela de enfrentamientos diarios, donde el objetivo es el espectáculo y no la solución. Septiembre debería ser la oportunidad de enseñar cartas nuevas, de poner sobre la mesa proyectos de calado y no las mismas cartas marcadas de siempre, diseñadas para dividir y no para unir.

Ojalá este nuevo ciclo trajera consigo un compromiso real con el bien común. Un concepto tantas veces invocado como vaciado de contenido, convertido en un eslogan hueco que adorna discursos sin peso. La política del bien común no es una frase bonita; es una forma de entender el poder. Es concebir el poder como una herramienta al servicio de todos, no como un arma partidista para destruir al adversario. Significa buscar soluciones que beneficien al conjunto de la sociedad, no solo a los votantes propios. Implica pensar en la justicia social, en el equilibrio entre lo individual y lo colectivo, en el cuidado de nuestros recursos naturales y en el futuro de las próximas generaciones. Significa mirar a largo plazo, trascendiendo el próximo ciclo electoral.

Se nos ha olvidado que la política, en su esencia más pura, es la gestión de la vida en común. Es la capacidad de llegar a acuerdos, de negociar con respeto y de construir puentes, no de dinamitarlos. Cuando la agenda política se centra únicamente en la confrontación, en la descalificación personal y en la polarización, perdemos de vista los problemas reales de la gente: la precariedad laboral, la dificultad para acceder a una vivienda digna, la calidad de la educación o la sostenibilidad del sistema de pensiones. Estos son los temas que deberían ocupar las horas del debate parlamentario, no los ataques personales o las batallas de egos.

Publicidad

Los ciudadanos estamos cansados de la política-espectáculo. La exigencia actual no es de más ruido, sino de más soluciones. No queremos ver a nuestros representantes en una permanente contienda de zascas y titulares, sino trabajando en la mejora de nuestras vidas. «Sin bien común no hay sociedad», leemos en uno de esos libros que se citan poco en los debates, pero que deberían estar en las estanterías de cada despacho institucional. Porque hablar de bien común es hablar del pueblo, y hablar del pueblo es convocar al bien común. Un recordatorio fundamental para quienes ostentan el poder.

Septiembre es el momento de marcar objetivos. Que uno de ellos sea el de abandonar la política del enfrentamiento estéril y abrazar la política con mayúsculas. Esa que construye, la que escucha, la que propone y la que suma. Los ciudadanos no necesitan más circo; necesitan más acuerdos, más responsabilidad y más coherencia. Necesitan sentir que sus representantes están a la altura de los desafíos que enfrentamos como sociedad.

Publicidad

Es hora de exigir a nuestros líderes políticos que den un paso al frente y demuestren que la política no es solo el arte de ganar elecciones, sino el de gobernar para todos. Que dejen de usar el tiempo y los recursos públicos en luchas intestinas y los dediquen a mejorar la sanidad, la educación y el bienestar de las familias. Que los pactos sean la norma y no la excepción, y que el diálogo sea la herramienta principal para la convivencia. Es una tarea difícil, pero no imposible. El cambio empieza por nosotros, por exigir esa altura de miras que la sociedad demanda.

Este septiembre, que las buenas intenciones no se limiten al gimnasio o al inglés. Que también nos inspire a exigir una política más digna, más respetuosa y, sobre todo, más útil. Una política que, al final del día, nos haga sentir que vivimos en una sociedad mejor. Que septiembre no sea solo el inicio de otro curso más, sino el punto en que algo empieza a cambiar. La ciudadanía ya no espera milagros, pero sí espera ser tomada en serio. Y eso, en democracia, debería ser el mínimo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad