Genocidio cultural

Negar el genocidio implica la complicidad con actos criminales, delitos de lesa humanidad y voluntad de exterminio, solo comparables al horror de la shoah, del holocausto perpetrado por el nazismo con el pueblo judío y otros colectivos que no debemos olvidar

Manuel Ángel Vázquez Medel

Miércoles, 8 de octubre 2025, 22:45

Es difícil poner en duda que lo que está ocurriendo en Gaza es un genocidio. Es más: ponerlo en duda –a nuestro juicio– es un ... acto de cinismo ético que revela una profunda inhumanidad y falta de conciencia. Y algo más: la complicidad con actos criminales, delitos de lesa humanidad y voluntad de exterminio, solo comparables al horror de la shoah, del holocausto perpetrado por el nazismo con el pueblo judío y otros colectivos que no debemos olvidar.

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En los días del segundo año desde que se produjera el horrendo e injustificable ataque del terrorismo criminal de Hamás contra ciudadanos inocentes de Israel –algunos de los cuales siguen sufriendo una inhumana cautividad– hemos de reiterar una vez más nuestra más total y absoluta condena de los hechos. Sin paliativos. Al mismo tiempo nos unimos al clamor por la inmediata e incondicional liberación de los rehenes. Pero lo hacemos también con el convencimiento de que Hamás fue un monstruo consentido y alimentado por el sionismo y por el asesino Netanyahu, como él mismo ha reconocido. Y que es muy difícil comprender cómo los servicios de inteligencia más poderosos del mundo no detectaron con anterioridad e impidieron esos cientos de asesinatos, secuestros, violaciones y otras monstruosidades injustificables.

A partir de esta clara y contundente declaración, tenemos que afirmar que nada de lo ocurrido posteriormente tiene justificación alguna. Que no se puede entender ni aceptar la muerte de miles de niñas y niños, de mujeres y ancianos, de jóvenes y adultos inocentes. Ni el inmenso dolor, el trauma indeleble que quedará a los supervivientes, la eliminación sistemática no solo de seres humanos –que es lo más terrible– sino también de todas las infraestructuras y equipamientos que hacen posible una vida mínimamente digna: hospitales, escuelas y universidades, bibliotecas, medios de comunicación, patrimonio material y cultural del pueblo palestino…

Por ello hoy queremos insistir también en ese ingrediente que convierte todo esto en mucho más que una masacre inhumana y contraria a los mínimos principios de legalidad internacional, en un verdadero genocidio: su dimensión cultural.

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El pueblo palestino, legítimo ocupante del territorio que históricamente se ha llamado y se sigue llamando Palestina, tiene derecho a la vida, a unas condiciones dignas de existencia, al respeto a su cultura y sus tradiciones, a la preservación de un legado que no solo es suyo, sino que pertenece a toda la humanidad. El especial ensañamiento para borrar todo recuerdo, todo soporte de cultura, todo elemento material que haga posible la preservación de las tradiciones del pueblo palestino solo puede tener un nombre: genocidio cultural.

Venimos reiterando en nuestras reflexiones, como «Testigos del horror» y «Auschwitz, el Gulag, Gaza», que lo que está ocurriendo ante nuestros ojos con la complicidad o al menos cobarde pasividad de las autoridades de casi todo el planeta –con honrosas excepciones–, comenzando por la tardía y vergonzosa reacción de Europa, es algo que también quedará como una herida abierta en la conciencia de la humanidad. Algo que nos envilece a todos. Es mucho más de lo que nuestra conciencia puede soportar, porque se ha ido más allá de todos los límites: solo la imagen de niños asesinados, destrozados, mutilados, condenados a morir de hambre, sepultados bajo los escombros, tiroteados cuando buscan agua y alimentos o quemados vivos, es mucho más de lo que un ser humano que tenga conciencia puede resistir.

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Pero, desde luego, no podemos, no debemos perder la esperanza en una paz duradera y estable en Oriente Medio desde el único fundamento que la haría posible: dos Estados conviviendo con respeto en un ámbito territorial compartido. No se trata de una esperanza ilusoria, sino de un compromiso activo con la causa del pueblo palestino, de la que es un pilar fundamental la desaparición de los terroristas de Hamás que, incluso antes que al pueblo judío, hacen un daño inconmensurable al pueblo al que dicen representar. Pero también la desaparición del terrorismo de estado de Israel, el procesamiento internacional de los criminales por delitos de lesa humanidad, comenzando por Netanyahu y de todos los cómplices que incluso piden públicamente en las redes la eliminación hasta de los niños de pecho para que no quede nada en el futuro del pueblo palestino.

No podemos dejar de hablar de Palestina, del genocidio de Gaza. Para que se detenga esta barbarie. Pero también para que los palestinos sean reparados –hasta donde sea posible– de toda la muerte y la destrucción causada por el genocidio. El nuevo tiempo de la Humanidad en el siglo XXI, para conservar algo de la dignidad de lo humano, pasa por un final justo de la destrucción humana y material, una reparación de todo el horror causado, unos procesos internacionales que hagan justicia –unos nuevos juicios de Nüremberg– y condenen a los criminales. Y la creación de museos reales y virtuales que recuerden para siempre el genocidio del pueblo palestino en Gaza, como los museos del holocausto del pueblo judío nos recuerdan algo que nunca más debía haberse repetido y que ahora tenemos ante nuestros ojos perpetrados por el supremacismo criminal del sionismo.

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