Lo escucho en ocasiones. «Qué época más mala nos ha tocado vivir». Lo escucho en el transporte público, en la calle, en el trabajo y ... en el súper. Es una frase que pronuncia mucha gente cada día. Y, tal vez, estén en lo cierto. Porque desde hace casi un año el mundo ha cambiado y lo que antes parecía prescindible y asequible ahora ha mutado a imprescindible y casi inasequible. Cualquier cosa que se pretenda llevar a cabo, por básica que sea, resulta difícil, costosa y meritoria. Pareciera que los días de vino y rosas ya se alejaron y nos cuesta asimilar que así sea. Y de ahí que se considere mala esta época. Sin embargo, aquí es muy importante tirar de historia para poder comparar en términos relativos o absolutos si esta época es realmente mala o es tan solo un poco más difícil desde hace casi un año. Y nada mejor que remontarnos a lo que reflejan los documentos históricos sobre épocas remotas, esas sí, realmente malas, en las que la vida era casi un milagro, bien por las horribles condiciones higiénicas, la falta de seguridad y de normas, la superchería religiosa o civil, las grandes pandemias imposibles de frenar por falta de medicamentos, el vergonzoso abuso de poder de las élites, la falta de alimento y otros elementos básicos para tener una vida digna y un largo etcétera. Claro está, me estoy refiriendo a periodos en los que el mundo sí que era realmente un lugar horrible para vivir. En la actualidad lo es en determinadas regiones del planeta, pero nada comparable con lo que pudo ser vivir en la Edad Media, por poner tan solo un ejemplo documentado.
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A veces pienso cómo sería mi vida en esa época tan mágica y tan oscura en la que tan solo determinadas élites contaban con el privilegio de vivir dignamente, siempre y cuando no enfermaran o cayeran en desgracia social, económica, religiosa o política. O bien, cómo sería en la España de la Inquisición, cuyos largos brazos lo controlaban todo y cualquier malentendido podía provocar que tu cuerpo (y tu alma) acabara en la hoguera sin remedio y sin que nadie, ni el Estado, ni las leyes, ni tus amigos, ni tu familia pudieran hacer nada por ti. O haber nacido adscrito a la clase plebeya y paria en la tumultuosa Roma en la que las condiciones higiénicas, los enfrentamientos de las élites patricias, la falta de seguridad y los atroces atributos concedidos a dioses absurdos e incomprensibles podrían hacer que tu vida fuera un verdadero infierno. Son solo algunos ejemplos, pero los hay por miles. Son épocas de la vida muy atractivas para la literatura, el cine o los juegos de rol, pero indeseables para habitar en ellas.
Que hayamos nacido en esta época seguramente resulte un privilegio si hacemos esa comparación relativa o absoluta con las que somera y básicamente he expuesto. Por supuesto siempre puede ser mejor, pero también peor, mucho peor. O, incluso, todo podría desvanecerse de manera estrepitosa. Eso dependerá mucho de nosotros. La humanidad ha conseguido avanzar enormemente en no demasiados siglos. Es posible que el mundo aún sea atroz, pero nada comparable con lo que era siglos atrás, no demasiados siglos atrás.
De ahí que cuando escucho esa frase a la que aludía al principio piense que en términos relativos no es una época mala, en todo caso, algo peor que la inmediatamente anterior sin que debamos olvidar que las conquistas sociales, económicas, jurídicas y tecnológicas son pactos y en absoluto inmutables.
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