No me he llevado nada

El martes, a eso de la una de la madrugada, constaté aterrado que la redacción olía a chamusquina pero que nada, ni siquiera el cerebro de un compañero, se quemaba a mi alrededor

Manuel Pedreira Romero

Sábado, 17 de septiembre 2022, 09:25

Con el corazón encogido, he seguido las evoluciones del fuego de Los Guájares, que luego fue del Valle de Lecrín y que más tarde llegó ... por el aire a Granada, convertida la capital en la sede invisible de una barbacoa de fin de semana de la que solo advertíamos el humo, el pestazo a fogata, pero sin rastro de la panceta, la morcilla y las brochetas.

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El martes, a eso de la una de la madrugada, constaté aterrado que la redacción olía a chamusquina pero que nada, ni siquiera el cerebro de un compañero, se quemaba a mi alrededor sino que el hedor llegaba volando desde las inmediaciones de Guájar Faragüit. Vi entonces en una red social la foto de los izboreños huyendo de sus casas convencidos de que el pueblo se quemaba esa noche y me di cuenta, una vez más, de la fragilidad de nuestra existencia, de que el horror más inesperado puede desatarse en un parpadeo, de que estamos aquí de prestado y toda la ristra de tópicos al uso.

Al día siguiente, una de esas izboreñas a la fuga definió la amenaza que se cernía sobre su pueblo como «el coloso en llamas» y me pregunté cuántos de mis jóvenes compañeros sabrían a qué se estaba refiriendo la buena mujer. Conozco gente que a finales de los 70 tenía apalabrado mudarse a un edificio de diez plantas –la moda de entonces– y que desechó la idea después de ver en televisión la odisea de Paul Newman y Steve McQueen tratando de salvar al personal atrapado en aquel rascacielos de San Francisco. Aquel formidable incendio de cartón piedra fijó un canon perpetuo que sirve para definir el espanto de un incendio, ya se origine en una loma de Castril o en un bloque de la Chana.

El cine homologa muchos de los sucesos que ocurren al otro lado de la pantalla pero otras veces el patrón surge del lugar más inesperado. Sucede que cuando alguien nos guía por un infame camino de tierra, al bajar del coche protestamos con un: «Joder, que parece que me has metido en el París-Dakar», y así el rally, que no sale de París desde 2001 y dejó de llegar a Dakar en 2007, define cualquier tipo de sendero accidentado y escabroso aunque no haya dromedarios ni turbantes de por medio.

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Así de rico y vivo es nuestro vocabulario y nuestro modo de hablar. No pasará mucho tiempo antes de que los chaveas, sorprendidos en falta y con las manos en la masa, clamen ser indultados pese a su justa condena «porque no me he llevado nada, como Griñán». Al tiempo.

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