Esta columna va de sexo. Concretamente, de pasión y erótica social, del impulso de la entrepierna que trasciende lo reproductivo para permear otros ámbitos. Pongo ... ejemplo: En la actualidad y por su apariencia, Churchill no vendería una escoba, pese a su destreza como gobernante. Mientras que hoy ineptos dirigentes que, eso sí, van de guaperas, hacen caja electoral cantoneándose por esa pasarela en la que han convertido las instituciones y la política.
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Paradigma de ello es Sánchez, quien en sus recientes mini vacaciones por EEUU saca tiempo (¡si es que es un hacha!) para citas con la flor y nata yanki y, de paso, luce palmito por las calles neoyorkinas desfilando como suele, acompañado del séquito de aduladores de los que tanto gusta rodearse, mientras sus escoltas apartan gente de las aceras para que él no pierda la cadencia vacilona.
Su gira ha sido todo un éxito, un triunfo sin precedentes que ya notamos aquí los curritos. La verdad es que a nuestro 'presi' la Moncloa se le queda pequeña; ya quisiera Angela Merkel recibir el trato, los arrumacos, los piropos y los magreos televisivos dispensados a Sánchez por los norteamericanos encabezados por Biden. Está claro, Antonio Banderas ha sido destronado por un 'latin-lover' de los de verdad: Peter Sánchez.
Hoy si no te cimbreas así por la 5ª Avenida, vas de cráneo. Lo de menos es que seas un necio y falsario de manual. Y ahí vamos, pues sin perfil apolíneo y pose de adonis ya puedes darte por amortizado. Y así le va al mundo ya convertido en territorio Falconetti, donde prima la erótica social.
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Del racionalismo, tan propio del 'homo sapiens', hemos pasado en corto plazo al emotivismo sentimentaloide, a lo lacrimógeno y al imperio de lo emocional, es decir, manda el caimán y sus voluntos primarios.
Ejemplo de ello no es solo el doctorcito. También lo son las histerias deportivas, los fanatismos religiosos, los arrebatos ideológicos, el culto a la personalidad, los éxtasis de escenario, las levitaciones musicales y la extensión de lo estrafalario fruto del contagio pasional.
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Cuando rigen las pulsiones y el frentismo, cuando gobiernan las emociones, son los languilleros quienes ocupan las poltronas. Y cuando los perdularios hacen su agosto dentro de las instituciones, entonces, el progreso y el bienestar se van al carajo.
Son tiempos de crápulas y pícaros que toman nota del chollo y se encargan de que primen las sensaciones: la euforia, la tristeza, el asco, el miedo, la ira y el pasmo. Vivimos en un mundo no de razones, sino de emociones, de hipnosis colectiva, de frívolas y mercachifles, de hinchas y tarambanas que imponen las pulsiones y lo visceral. Un país donde se manipulan las pasiones colectivas para obtener rédito político y económico. En definitiva, un mundo de languilleros.
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De ahí la mala prensa de los intelectuales, a los que se considera un coñazo y se les hurta el prestigio. Ese que un día hizo que la Humanidad saliera de la caverna.
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