Puerta Real

Reflexiones para un mundo desorientado

Según la filosofía estoica, solo hay sabios e ignorantes: los sabios siempre eligen el bien

Juan Santaella

Jueves, 14 de septiembre 2023, 00:05

Hoy, en una sociedad tan superficial, donde prima la apariencia y el afán de tener y poder, donde reina el desinterés por el otro, donde ... rigen el nihilismo y la falta de compromiso, donde la guerra persiste sin tregua y donde tantas personas no encuentran sentido a sus vidas (el número de suicidios crece cada día), vamos a reflexionar sobre el sentido de la vida, sirviéndonos de los grandes maestros del estoicismo: los griegos Epicteto, Cicerón y Séneca (300 años antes de Cristo), y el romano Marco Aurelio. La influencia de todos ellos, en Occidente, ha sido enorme (Montaigne, Kant, Spinoza…).

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Según ellos, la felicidad y la libertad no se encuentran fuera, sino dentro del ser humano. El emperador romano Marco Aurelio afirmaba: «Muchos buscan retirarse al campo, a la costa o al monte, pero todo eso es de lo más vulgar, porque puedes, cuando te apetezca, retirarte en ti mismo».

Entendían que la naturaleza está regida por una ley racional, quedando el azar, fuente de incertidumbre, fuera del universo. Por ello, el hombre, como depende de la naturaleza, ha de entender y respetar sus leyes: «No pretendas que los sucesos ocurran como quieres, quiere los sucesos como suceden y serás feliz». Es decir, hay una providencia universal y siempre pasa lo que tiene que pasar, por eso el hombre, libre de aceptarlo o rechazarlo, puede ser feliz si lo acepta, y se siente frustrado si lo rechaza, como decía Séneca: «No hay nada bueno ni malo: no hay que adelantarse a los acontecimientos, sino seguirlos y aceptarlos».

Hay en el mundo, según los estoicos, sabios e ignorantes antes que buenos o malos. Solo los sabios eligen el bien, pues saben dominar las pasiones: el placer, la tristeza, la depresión, la ira (el peor de todos)...

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El hombre no es responsable de su entorno, pero sí lo es de cómo reacciona ante él. Debe rechazar la vanagloria, pues el elogio altera nuestra serenidad: «Lo bello lo es en sí y las alabanzas en nada lo mejoran», decía Epicteto. No hace mejor al hombre lo que opinen de él. Aceptaban participar en la política, porque puede mejorar la vida de la gente, aunque entendían que la división de la tierra en naciones es absurda, y la única razón que lo explica es que los vínculos pierden fuerza con la distancia, nunca porque los hombres sean diferentes. Y dentro de la vida pública, decía Cicerón, «cuanto más altos estamos, más debemos bajarnos hacia nuestros inferiores».

En definitiva, el ideal humano para los estoicos es tener una vida serena, libre de amenazas exteriores; pues sólo conociendo la naturaleza (nada hay mejor que el estudio para ello), y mirando a nuestro interior encontramos la felicidad. Decía Epicteto: «No hemos de hacer caso al vulgo cuando dice que solo a las personas libres (no a los esclavos) se les ha de permitir la instrucción; sino que es necesaria para todos, pues solo los instruidos son libres».

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El ínclito Marco Aurelio terminaba diciendo: «¿Me despreciará alguien? Él verá. Yo, por mi parte, me prepararé para no ser sorprendido como merecedor de desprecio. Para ello, practicaré la benevolencia y lograré la imperturbabilidad», lo cual nos conduce a la felicidad, al margen de la opinión de las demás personas.

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