Víctor Kemplerer en «La Lengua del tercer Reich», afirmaba: «El lenguaje se convierte en el medio de propaganda más potente, más público y secreto a ... la vez». Es con el lenguaje como se canta la belleza de la naturaleza o las excelencias del amor, pero también con él, mediante discursos explosivos y vacíos, Hitler llegó al poder; o Trump, mediante eslóganes bien estudiados y agresivos, logra ganarse la voluntad de los ciudadanos.
Publicidad
En definitiva, la degradación del lenguaje consiste en maquillar los hechos, transformarlos, y, mediante palabras atractivas, hacer que penetren, como puñales, en las mentes débiles. No somos conscientes del valor de la palabra, y, por eso, sin darnos cuenta, utilizada con argucias y atractivo, deforma la realidad y trastorna nuestras mentes. Es un arma que se usa para construir o para destruir, depende de quién la utilice y con qué objetivo lo haga.
El término que hoy provoca más destrozos en la vida política nacional e internacional es el «nacionalismo»: en España el nacionalismo catalán está generando serios problemas desde hace muchos siglos, y, aunque, ahora, parece estar más tranquilo, está influyendo negativamente en la política española. «No hay nada más contrario a los intereses nacionales que defender postulados nacionalistas en su versión separatista», afirma Sartorius, en su último libro, «La democracia expansiva».
Más peligroso aún que éste es el nacionalismo de la extrema derecha española y europea, pues su triunfo significaría la entronización del autoritarismo (¡quién lo iba a decir tras los exterminios nazis, tan recientes!), la eliminación de la UE como la entendemos hoy, y la vuelta, de nuevo, a las Naciones históricas, lo cual significaría un enorme retroceso, pues peligraría la continuidad de Europa.
Publicidad
También obedece al nacionalismo, la política expansionista de Putin (hace ya más de tres años desde la invasión de Ucrania con un coste terrible en vidas humanas); la masacre de Gaza, realizada por el fascista Netanyahu y su gobierno, con el apoyo americano y el silencio europeo; y, desde luego, el del imperialista y delincuente Trump. Este renacer del nacionalismo es un grave problema para el progreso de la humanidad.
Según las agencias de Naciones Unidas, las organizaciones defensoras de los Derechos Humanos, y todos los que vemos en directo las actuaciones, Israel, por su nacionalismo racista y exterminador (fascismo), está cometiendo un grave genocidio en Gaza: asesinatos masivos (más del 80% son civiles: niños, mujeres y ancianos), uso del hambre como arma de guerra, muerte a médicos, periodistas, y solicitantes de comida; desplazamientos forzados…
Publicidad
Otra expresión clara de nacionalismo destructor es la utilizada por Trump, «America first», que significa «América, es decir, EEUU, primero» (según él, la patente de americano solo la tienen los estadounidenses), y a ese lema se destina toda la política, con especial énfasis en los aranceles, de efectos negativos para todos, incluido EEUU, sin interesarle nada más. Muchos americanos lo han votado sin darse cuenta de que lo que pretendía no es la gloria de América, sino la de los americanos ricos, en detrimento de los pobres.
En definitiva, el lenguaje, como decía Sócrates, es «como una flecha, que puede matar»; o Nora Vázquez, «como el arsénico: se traga sin que nos demos cuenta, no parece tener ningún efecto, pero, al cabo de un tiempo, aparece la toxicidad, y sucumbimos a sus encantos».
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión