Decía Erich Fromm que estamos viviendo «la gran mentira»: unos pocos logran el máximo de lucro, y la gran mayoría viven en la precariedad. Esta ... mentira se impone como una verdad colectiva porque se disfraza mediante el engaño permanente y la propaganda continua. Esto está sucediendo hoy. El presidente Trump, dominador de las dos Cámaras y del Tribunal Supremo, ha firmado en una semana más de cincuenta decretos presidenciales. Reconoce solo dos géneros, masculino y femenino, elimina el derecho constitucional de ciudadanía por nacimiento, suprime la demanda de asilo, expulsará del país a más de doce millones de extranjeros sin papeles, se retira del Tratado de París contra el cambio climático y de la Organización Mundial de la Salud, exige a la OTAN aumentar su gasto militar al 5% –hoy es del 2%–, gravará las importaciones un 25%, pretende recuperar el control del Canal de Panamá y la anexión de Groenlandia y Canadá, ha suspendido toda ayuda exterior –incluida la que presta a Ucrania, pretende suspender la agencia encargada de hacer frente a los desastres naturales, ha puesto en libertad a los 1.500 asaltantes del Capitolio que él indujo, va a reconvertir a miles de funcionarios federales que antes obstaculizaron su función en nombramientos políticos para someterlos; propone 'limpiar' Gaza con el envío de 1,5 millones de palestinos a Egipto y Jordania…
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Además, su gobierno de plutócratas nos recuerda lo que dice Hannah Arendt, en 'Los orígenes del totalitarismo': en la era del imperialismo, los hombres de negocios se convierten en políticos y son aclamados como hombres de Estado. El Nobel de economía Joseph Stiglitz tiene palabras terribles para esta nueva etapa americana: «La libertad para los lobos es la muerte de las ovejas».
Europa, ante la nueva realidad, debe estar unida, sin aceptar privilegios para los próximos al mandatario americano, especialmente Meloni y Orban, y reafirmar su autonomía económica y comercial, energética, de seguridad y defensa. Trump, que no cree en el Derecho Internacional, entroniza una internacional reaccionaria, basada en la mentira y el bulo, apoyado, sin reserva, por los grandes medios de comunicación de masas, en manos de poderosos a su servicio. En medio de tanta adulación al líder, y de tanto silencio cómplice, ha habido una voz rebelde, la obispa episcopaliana Mariann Edgar Budde. Le dijo en la catedral de Washington esto: «En el nombre de Dios, le pido que tenga misericordia para la gente que en nuestro país tiene miedo ahora. Hay gays, lesbianas y transexuales… Y también le pido por los inmigrantes, que recogen nuestras cosechas y limpian nuestras oficinas, que lavan nuestros platos en un restaurante o hacen los turnos de noche en los hospitales… Puede que no tengan la documentación adecuada, pero la gran mayoría de los inmigrantes no son criminales».
En época de tinieblas, cuando el poder y el dinero se imponen y los pobres son deportados por racismo y desprecio, aunque sean útiles y necesarios, más que nunca, son necesarios los profetas, que alzan su voz para decir que las personas somos iguales en dignidad y merecemos el respeto de los otros. Las palabras del Mariann ya están en las escrituras: «La sangre (y el dolor) de tu hermano clama a mí desde la tierra» (Génesis 4, 10).
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