Puerta Real

La buena educación

Somos lo que nos han enseñado a ser, pues la realidad familiar vivida nos moldea y nos determina

Juan Santaella

Miércoles, 6 de septiembre 2023, 23:05

Estamos viendo en el comportamiento de muchos jóvenes una serie de deficiencias educativas que habría que corregir, en la escuela, y, sobre todo, en la ... familia. Hay demasiado machismo; las redes sociales se han convertido en una ciénaga donde campean la falsedad y el insulto; el acoso escolar no se extirpa; la falta de formación sexual genera demasiada violencia hacia la mujer; el radicalismo político y social se expande cada día más; el racismo y la xenofobia siguen con nosotros… Ante todo ello, hay que buscar soluciones. La fundamental: lograr que nuestra juventud sea formada en el respeto y en el afecto a los demás (los otros son tan dignos como nosotros, al margen de su procedencia, su raza, su condición sexual o sus ideas).

Publicidad

Para los griegos, dice Emilio Lledó, en 'Identidad y amistad', la educación fue, principalmente, la búsqueda de la libertad interior, que se logra cuando nos despojamos del fanatismo, del atontamiento ideológico, de la manipulación y de la irracionalidad. Es entonces, cuando la mente, gracias a una educación liberadora, puede cumplir el principio aristotélico expresado en la 'Ética a Nicómaco': «El bien es aquello a lo que todas las cosas tienden», pues, al estar estas regidas por la ética, la elección será correcta. Para el filósofo griego, el fin de nuestros actos debe ser la búsqueda de lo bueno tanto para nosotros como para la ciudad, pues si siempre es deseable el bien propio, «mucho más hermoso y excelso es conseguirlo para un pueblo y para las ciudades».

Ese ejercicio del bien solo es posible si hemos sido educados para ello, tanto en la escuela como en la familia y en el ámbito social (medios de comunicación, valores religiosos, valores sociales y políticos…). Acabamos siendo lo que nos han enseñado a ser, sobre todo en la familia, pues la realidad familiar vivida nos moldea, nos forma o nos deforma, y nos determina. Para Aristóteles, la enseñanza ha de ser pública, igual para todos, pues «el varón que ha de alcanzar la excelencia en alguna cosa debe ejercitarla desde niño, mediante la educación».

Solo las personas formadas en la libertad interior saben elegir. Es en la elección donde ponemos en juego nuestros valores y donde se demuestra que estamos apegados al bien, y no al fanatismo; a la razón clara y ecuánime y no a la irracionalidad, o a la pasión; y que el bien de la ciudad está, para nosotros, por encima del nuestro propio.

Publicidad

Platón, por su parte, en 'Las Leyes', incide en un elemento fundamental de la educación, que completa la visión aristotélica: el amor. Para él, lo importante de la educación es que el educador sepa llevar al alma del educando el amor por lo que hace. Es decir, la pedagogía platónica consta de contenidos (hoy llamado currículum), y el interés, la pasión o el amor por lo que el alumno hace. Ya lo hemos dicho en alguna ocasión y ahora lo reiteramos: solo los que aman pueden ser buenos padres, buenos esposos, o buenos profesionales. Cualquier actividad hecha sin amor, resulta rutinaria y anodina, carece de ilusión y de entrega, y, sobre todo, le falta la empatía y el afecto que las grandes obras merecen.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad