Puerta Real

La bondad sostiene el mundo

Sin la bondad, el mundo, cargado de oscuridad, sería un caos

Juan Santaella

Granada

Miércoles, 26 de febrero 2025, 23:14

Josep María Esquirol, en 'La penúltima bondad', nos narra una historia fabulosa tomada de Marcel Schwob, quien en 1896, en 'La cruzada de los niños', ... hizo una extraordinaria recreación de esta leyenda: en 1212, un vaquero viudo y humilde perdió a su hija, que, con un amiguito ciego, huyó de casa para, junto a otros jóvenes, llegar hasta Jerusalén, para liberarla de los infieles. Muchos de ellos, entre otros Allys (la niña), fueron capturados y vendidos como esclavos. Ella cuenta: «El mar nos zarandeó, pero mi pequeño Eustace no tuvo pánico, porque yo le cogía las manos. Lo quiero mucho y he venido hasta aquí por él. Porque no sé adónde vamos». Y es que la bondad, como dice Esquirol, sostiene el mundo, como la mano de Allys sostenía la de Eustace. Esta leyenda guarda estrecha relación con el magnífico relato que José E. Cabrero narró en IDEAL: 'En Pedro Antonio de Alarcón, una señora mayor, Ángeles, de 90 años, llama a los servicios sanitarios para que atiendan a un hombre tirado en el suelo. El sanitario, mirando al primero, desde donde ella observa, le dice. «¡Señora! Que hay mucha gente en la calle así. No nos puede llamar para esto». «¡Pobre criatura, le contesta. No es un perro, es una persona». El periodista le pregunta a Ángeles sobre las molestias nocturnas, y ella responde: «A mí no me molestan, hijo. Veo cada noche a los jóvenes y pienso: que Dios los bendiga». Y así, noche tras noche. Cualquier otra persona llamaría a la policía para que le evitaran el ruido generado por jóvenes y borrachos. Ella los ampara'.

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Frente a estos ejemplos de bondad, en nuestra ciudad, que quiere ser Capital Europea de la Cultura, hay quien vive tirado en la calle porque no tiene dónde dormir. Y no están así porque les guste, aunque eso alivie nuestras conciencias. Vivir en la calle no es una opción; es una necesidad terrible, sobrevenida. Las 300 personas que viven en nuestras calles no son bohemios románticos, sino pobres que no tienen casa, dinero, bienes, ni hogar. Afortunadamente, cono en los casos anteriores, también ellos tienen almas bondadosas que los cuidan: 'La calle mata', una asociación benéfica, que los defiende, mientras los demás miramos extrañados e indolentes su soledad. Conocen sus nombres, sus historias, sus sentimientos, sus angustias, sus anhelos y su necesidad de ser liberados. Son ellos, los integrantes de 'La calle mata', los que hablan con las autoridades municipales; van a los plenos para exigir sus derechos, y soportan la humillación de ser expulsados de ellos… Los que piden más plazas (ahora las disponibles no llegan a cien); los que protestan porque los lleven a la Zona Norte, cuyos habitantes precisan ayuda, y no más marginados que incrementen su marginación.

Frente a esta situación, nuestras autoridades locales parchean para salir del paso, cuando se trata de afrontar el problema. Nadie puede vivir ni morir en la calle. Tienen que buscarles solución a los que carecen de hogar y de derechos; y no de manera transitoria, sino encauzándoles la vida a los que no pueden hacerlo por sí mismos (toda autoridad pública se justifica por atender a los desvalidos), para lo que cuentan con muchas personas de bien que pueden ayudarles, especialmente, los integrantes de 'La calle mata'.

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